Entre 1996 y 1999, la americana Lynn Flewelling empezaba una saga que, en apariencia, iba a desarrollarse como trilogía, llamada El mensajero de la oscuridad (Nightrunner). La Factoría de Ideas editó la trilogía inicial en nuestro país: La suerte de los ladrones, La oscuridad que acecha en el mismo año y La luna del traidor, los tres en el año 2001. Aunque la edición de La Factoría de Ideas actualmente se encuentra descatalogada, la cantidad de aficionados a la saga de Alec y Seregil ha seguido creciendo, más todavía cuando su autora decidió retomarla casi una década después. Además de completar la llamada Tríada de Tamír (Tamír Triad), inédita en nuestro país y ambientada en el mismo mundo, Flewelling decidió volver ampliar las aventuras de El mensajero de la oscuridad en 2008 con la novela Shadows return, con The white road en 2010 y Casket of souls en 2012, además de la colección de relatos Glimpses en 2010. Todas estas obras todavía no se han editado en castellano.
Para la edición de la Factoría de Ideas, se conservó la imagen de la portada original de la novela y se contó con la traducción de Manuel Mata Álvarez-Santullano, que ya firmaba la traducción que reseñé la semana pasada. Exceptuando algún laísmo traidor que se cuela, por lo demás creo que es una traducción bastante buena para una autora de la que siempre se comenta la sencillez con la que escribe.
La suerte de los ladrones se inicia cuando Alec de Kerry, un joven huérfano injustamente apresado, comparte celda con un hombre carismático con muchos ases en la manga: Seregil de Rhíminee, a la vez bardo y espía, noble y ladrón. Después de escapar juntos, Seregil decide tomar bajo su protección a Alec, que demuestra facilidad tanto para cantar como para forzar cerraduras, memorizar códigos, interpretar diferentes papeles y defender su vida con arco o espada. Pero el camino a Eskalia, la patria de Seregil, y a su animada capital Rhíminee, se vuelve tortuoso cuando atraen la atención de fuerzas oscuras y se ven arrastrados por distintas tramas que tienen que ver con la magia y la corona. Y así, misión tras misión, Alec va conociendo los muchos secretos de su nuevo mentor, a sus aliados y sus detractores, y los dos hombres emprenden una amistad que requerirá más que confianza.
Como obra de fantasía es bastante entretenida, una vez la trama coge cuerpo, cosa que ocurre demasiado tarde. Las primeras 150 páginas son casi introductorias: durante el primer tercio del libro se cambia de localización con demasiada rapidez y se presenta a muchos personajes. En general, conocemos quizás demasiado pronto detalles sobre la historia, geografía y religión del lugar. Estos infodumps (“vertidos de información”) estancan un poco las primeras páginas, desluciendo la acción que hay y dificultan que se interioricen datos que luego serán cruciales para la trama.
Fue una decisión del editor la que provocó que lo que originalmente iba a ser una sola novela se dividiera entre La suerte de los ladrones y La oscuridad que acecha. Pero hay que tener en cuenta que la primera novela ocupa 422 páginas y la segunda 444 en su edición española por La Factoría de Ideas, con una letra más bien menuda. Casi 900 páginas de una escritora novata es una apuesta demasiado peligrosa, pero un editor sensato debería ser consciente de que una buena novela de fantasía debería poderse disfrutar al margen de la saga de la que forme parte. Con todo, si una cosa positiva tiene la novela, es que a partir de ese primer tercio la novela no hace más que remontar, acabando en un cliffhanger interesantísimo.
Nos encontramos ante un tipo de fantasía bastante arquetípica, pero desde el punto de vista todavía relativamente inusual de la clase baja. La historia está repleta de ladronzuelos, timadores, espías, extorsionistas y torturadores. Conocemos sus métodos, el tipo de trabajo que consiguen y qué parte de su moralidad están dispuestos a poner en jaque para vivir un día más. Eso sí, que la historia se desarrolle a menudo en los bajos fondos no significa que los protagonistas sean marginados o perdedores carismáticos, todo lo contrario. Les va sorprendentemente bien, en gran parte por esa suerte a la que se refiere el título.
Seregil me recuerda al Kvothe estudiante de El Nombre del Viento, el joven talentoso y atractivo que domina música y magia por igual, que conoce las artimañas de un ladrón y consigue romper corazones casi sin esfuerzo. Y, como Kvothe, al principio lo encontré un tanto antipático en su superioridad y su aparente perfección. No es hasta más adelante, cuando en ocasiones falla, revela inseguridades o se le reprende por sus defectos, que me fue posible empatizar con él. Alec, en su contra, empieza siendo un poco anodino y las continuas menciones a su modestia y su rubor cuando se hacen chistes picantes pueden cansar, pero también al final se le coge cariño y evoluciona como personaje con rapidez pero credibilidad. El punto de vista de la novela, en tercera persona, va variando entre ambos protagonistas y se detiene de tanto en tanto en otros personajes. Los secundarios a menudo son muy interesantes y muchos serán recurrentes durante la saga. Entre ellos destacan el maduro guerrero Micum y su familia o el viejo mago Nysander y su estirado aprendiz Thero.
Se mezclan muchos arquetipos de la alta fantasía épica: mago estudioso y longevo, el de la raza longeva y bella (llámales elfos, llámales Aurënfaie), la joven guerrera que ha nacido para la espada, países en eterno conflicto político y muchos más. Hay aventuras, investigación, acción constante y un trasfondo de peligro maligno sobrenatural que probablemente se use como hilo conductor de la saga. Pero, con una prosa que pasa desapercibida, en lo que destaca la novela es en pequeños detalles que contravienen precisamente a los tópicos del género: detalles respecto al género, la sexualidad o la política, que no se encuentran a menudo en obras de este tipo. Y hasta aquí puedo leer, si no quiero reventar alguna subtrama.
A pesar de estar incompleta (y descatalogada) La suerte de los ladrones se presenta como una obra interesante y prometedora. Eso sí, de las que solamente los fans acérrimos del género, o el lector que no se apresura, pueden encarar.
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