Si alguien dice Daredevil, lo normal es que en tu cabeza resuene el nombre de Frank Miller. El radical cambio que el mítico escritor imprimió en el héroe de Marvel sirvió para que el personaje entrase por la puerta grande en el Olimpo. Además, en un puñado de números, Miller se las apañó para que sus obras definiesen el concepto de comic book, destinado a un público que había crecido con un tebeo en la mano, pero que pedía a gritos una actualización del género.Tan redondo y determinante fue el paso de Miller por la cabecera, que asumir el reto de continuar la serie era motivo de pánico y terror entre los avezados creativos de la Casa de las Ideas.
Entonces, aparece en la palestra Ann Nocenti. Nuestra protagonista de hoy se había construido un nombre en la industria gracias a su trabajo previo como editora, que eclipsaba su escasa trayectoria como guionista. Junto con Claremont, vivió una de las etapas más creativas y excitantes que se recuerden de la franquicia mutante, en un momento de expansión y riesgo. Claremont tenía un ideal femenino muy concreto, y trabajar con mujeres en su equipo facilitaba la labor editorial, hasta el punto de que podemos hablar sin problemas de la heroína Claremont como un modelo establecido. Un clima tan fluido y productivo hizo que el patriarca mutante apoyase la incipiente carrera de Nocenti como escritora, y se encargó de la serie limitada protagonizada por Longshot, personaje referente de la época. A los lápices, Arthur Adams, así que éxito asegurado.
Nocenti, desde sus comienzos, dejó claras sus motivaciones e intereses. Se había criado en ambientes bohemios y de gran carga política. Nunca escondió su posicionamiento, y en todas sus obras se nota esa inquietud social y reivindicativa que absorbió en sus años de preparación. Por esa razón, Nocenti veía que sus historias a pie de calle tendrían cabida en Daredevil, tras la reducción al mínimo que Frank Miller había propuesto para el personaje. Al final de la mítica Born Again, Daredevil era el protector de la Cocina del Infierno. Sus problemas eran los del barrio, y se ganaba la vida como cocinero en un antro de mala muerte. Nada de dramatismo de opereta, ni alegres villanos disfrazados. Asesinos, traficantes de droga, señores del crimen y lo peor de los callejones más oscuros de las zonas olvidadas de cualquier pesadilla urbana. Esa era la realidad del nuevo Daredevil.
Con este planteamiento, acabó por convencer a Ralph Maccio para publicar en la cabecera American Dreamer. A los lápices, otra leyenda del medio, Barry Windsor-Smith. El resultado, otro éxito, que gracias a su continuidad con la obra de Miller, llamó la atención de los lectores. Enorme carga simbólica y crítica nada velada a las beligerancia de la administración Reagan y su política exterior. Sin salir del barrio, armada de una prosa potente, convicción, realismo y emotividad. Un arco argumental redondo, que precipitó el cambio rotundo de ideas dentro del equipo de edición de Daredevil. Nocenti era la elegida para ocuparse del personaje, por encima de mitos vivientes como Steve Engleheart.
Los problemas vinieron a la hora de consolidar un equipo fijo de artistas. Las historias del comienzo de esta maravillosa etapa no se corresponden a un ambicioso arco argumental, ni a un plan más grande que la vida como pudo ser la etapa Miller. Se trataba de historias autoconclusivas, en las que Nocenti se familiarizaba con el personaje y su entorno, y disponía las piezas en su tablero personal. Historias de degradación social, con la mirada puesta en un mundo que se desmorona, pero en el que los héroes se definían porque guardan la esperanza del cambio en su corazón. Crudeza sin edulcorar, Daredevil trataba temas que en otros cómics se definían brumosos y domesticados. Además, empezábamos a atisbar la idea sobre la que se sustentaría la evolución de Matt Murdock en la época Nocenti. El defensor de la justicia convertido en justiciero era, en sí misma, una idea contradictoria y destructiva. El hombre que juró proteger la ley se tambalea en una peligrosa línea de violencia y decisiones unilaterales.
Durante estos primeros números, el baile de dibujantes fue una constante, y encontramos nombres como Sal Buscema, Keith Giffen o Rick Leonardi, auténticas estrellas de la época. Se cuela en un número la presencia de un entonces novato Todd McFarlane, muy lejos de la excelencia mostrada en años venideros. Pero entonces, llegó John Romita Jr. Y es en ese momento cuando empieza un periodo de consolidación que transformaría este periodo en la historia de Daredevil en una etapa con identidad propia. Empezaba, además, el consabido viaje al infierno personal de Matt Murdock.
Nocenti seguía trabajando la idea de las contradicciones internas de Matt Murdock, a lo que añadió el concepto de culpa. Al mismo tiempo que exploraba el ideal femenino con la creación de un personaje tan potente como María Tifoidea, llevaba a Murdock a un enfrentamiento definitivo contra sí mismo. Kingping regresa con la poco sana intención de destrozar al personaje a un nuevo nivel. Si en Born Again su mundo se colapsaba por un efecto dominó que Murdock no podía controlar, en la saga de María Tifoidea, el personaje se muestra más humano que nunca, carcomido por la culpa, pues sabe que todo se derrumba a su alrededor por sus propias faltas. Él es único culpable de la caída, lo que lleva a nuestro héroe a un estado a medio camino entre la penitencia y la autodestrucción. Nocenti se recrea en el concepto de pecado y redención, ahondando en las raíces de la educación del héroe. Al fin y al cabo, siempre ha quedado claro su origen católico irlandés, con los que Miller jugó en su etapa, pero que Nocenti lleva a un nuevo nivel. Estos trágicos hechos se entremezclarían con el megaevento de ese año, Inferno, leit motiv ideal para que nuestro diablo se viese las caras con Mefisto, entidad malévola por excelencia en Marvel. Este encuentro provoca la catarsis definitiva consigo mismo, y empieza el viaje de redención, al mismo tiempo que Nocenti se desata al poder explotar uno de sus temas favoritos; si hasta ese momento el realismo más auténtico era la base de sus historias, con este arco argumental pudo ofrecer un viaje místico con referencias a lo oculto y a las historias de terror, otro de los puntos fuertes de la escritora.
Como vemos, la etapa de Nocenti es compleja, rica y variada. La autora explora su propio universo personal al mismo tiempo que da un nuevo punto de vista a la mitología interna de Daredevil. Esgrime para ello una prosa cuidada, dura pero elegante. Quizá, se la puede achacar cierto gusto por el exceso de filosofía y moraleja, pero es indudable el poder de su palabra, el gusto por las historias complejas y llenas de contenido. Nocenti comprendió como pocos autores el cambio que se estaba produciendo en la industria, convertido el cómic en algo más que un entretenimiento. Su postura social y su intuición convertían el cómic en un instrumento de ruptura, de metamorfosis, dirigida a un público que pedía algo más que la enésima ensalada de nudillos. Puede que, incluso, no estés de acuerdo con su visión, pero al menos, hace reflexionar, alejada de la plana concepción del héroe que presenta el ideal tradicional de cómic.
Como cuadratura del círculo, el intenso trabajo del mejor Romita Jr. Posiblemente, hablamos de la mejor etapa de un dibujante que, en mi opinión, ha perdido el norte en los últimos tiempos. Aquí se mantiene fiel a su arte, el mismo que le hizo grande en Iron Man o Spiderman. Oscuro, expresivo, equilibrado y con una personalidad apabullante, se adapta de manera orgánica a las historias de Nocenti, tanto las más urbanas como los episodios cargados de espeluznante fantasía. Etapa para el recuerdo, admito que quizá me puede la nostalgia. Con Nocenti se recuperó la colección regular de Daredevil en España, después del desastroso periodo en que era complemento de la colección de Spiderman. De hecho, gracias a eso pudimos leer el final de la etapa Miller. Uno de los primeros números que tuve en mis manos fue , precisamente, el 265 USA, donde se enfrenta a un monstruoso dentista. Todo un alimento para horrores infantiles, desde luego. Pero es que a Ann Nocenti no se la puede pedir sutileza. A cambio, tendremos intensidad. Calidad. Libertad creativa llena de ideas de trascendencia. Sin resultar pretencioso, sin artificios.
Bienvenidos, pues, a las duras calles de La Cocina del Infierno.