En el meridiano de los años ochenta, los tacaños y ambiciosos productores de cine Menahem Golan y Yoram Globus, propietarios de Cannon Films, habían encontrado la fórmula del éxito que les permitía crear producciones cinematográficas de bajo coste que tuteaban en taquilla (y en múltiples ocasiones superaban) a grandes superproducciones de Hollywood de las majors de más prestigio. Dicha fórmula, tan rastrera como efectiva, consistía en comprar guiones mediocres a precio de saldo a libretistas noveles o semidesconocidos, contratar a directores baratos con alma de mercenarios (de esos que rodarían por un plato de comida) y convencer a una estrella de la pantalla para que protagonizara el film en cuestión.
Tal vez os preguntéis cómo es posible que figuras de renombre de la época como Sylvester Stallone, Jean-Claude Van Damme o Charles Bronson, tres de los actores más demandados en los videoclubes en esos días, accedieran a prestar su porte y su renombre a una productora conocida por la escasa calidad de sus productos y los pocos medios que dedicaba a ellos (ya os hablé sobre los “dudosos” medios de financiación que se gastaba Cannon en mi artículo sobre ‘Masters del Universo’ de 1987). La respuesta es sencilla, tan sencilla que la entendería hasta un tronista de “Mujeres y Hombres y Viceversa”: el sueldo habitual de una estrella de cine ochentera se movía entre los cuatro y los siete millones de dólares, beneficios taquilleros aparte en algunos casos, para rodajes que oscilaban entre los cuatro y los seis meses (hoy en día, un actor de primer orden como Will Smith puede embolsarse hasta ochenta millones por film, lo que demuestra que los sueldos de los actores de Hollywood y el salario de los trabajadores españoles han crecido a un ritmo paralelo durante estos años. Mpppffff… Lo siento, me da la risa).
Lógicamente, durante esos meses de rodaje el actor estaba comprometido con el estudio y normalmente no podía simultanear su participación en una película con otros bien retribuidos proyectos, algo que, muy comprensiblemente, frustraba al actor al ver cómo se limitaba el número de yates que podía comprarse en un año. En esa apretada agenda de los actores fue donde vio Cannon Films la ocasión de hacer un gran negocio: si disponían de un discreto presupuesto de 8 millones de dólares para realizar una película, ofrecerían a una star taquillera con tirón para el público un salario entre los cuatro y los seis milloncejos, y dedicarían el resto del capital a financiar un rodaje que pocas veces superaba las tres o cuatro semanas. La respuesta del Stallone de turno solía ser positiva, aún siendo consciente de que trabajaría en un film menor, al ver que cobraría por unas semanas de trabajo el mismo salario que en esas producciones a las que dedicaba cuerpo y alma (más cuerpo que alma) durante medio año.
Además el trato de estrella no se lo iba a quitar nadie; la producción les dedicaba en esos rodajes los mismos cuidados a los que los tenían acostumbrados en las grandes productoras: caravanas de lujo, suntuosos hoteles y un catering repleto de los mejores manjares y los más exóticos frutos que el actor requería. Poco importaba que el sustento de los otros miembros del equipo durante esas semanas consistiera en sopas de sobre y melocotones en lata, porque si dedicamos cinco millones al sueldo de la estrella y otra abultada cifra a los mimos que esta requería, ¿qué nos quedaba para el equipo técnico de la película? Bastante poco, pero el negocio ya estaba en marcha y Cannon tenía lo único que necesitaba: un famoso actor que utilizara sus cantos de sirena (cantos en forma de disparos, violencia, bíceps, tríceps y cuádriceps) para atraer al público a las salas de cine para ver un auténtico y barato bodrio. O como diría mi padre: un verdadero cagarro.
Ese es el único motivo, amigo lector, de que pudiéramos ver a Sylvester Stallone colgando (temporalmente) los guantes de boxeo que tanta fama le dieron para pasearse por los guetos de la ciudad con un fósforo en la boca interpretando al teniente de policía con nombre de drag queen Marion Cobretti en ‘Cobra’ (1986) y aventurarse en una absurda competición de pulsos en Las Vegas para ganar un camión en ‘Yo, el Halcón‘ (Over The top, 1987). O para contemplar incrédulos cómo Charles Bronson no cambiaba ni un ápice el rictus mientras vengaba por decimonovena vez la muerte de un miembro de su familia (qué mala suerte tenía este hombre y qué angustia continua debían de sentir los miembros de su prole).
Os prometía con el título de este artículo hablaros sobre ‘Superman IV’ y así va a ser, pese a que en casi ochocientas palabras ni siquiera he mencionado al último hijo de Krypton, pero veía necesaria esta introducción para que empecéis a comprender la serie de motivos que hicieron que ‘Superman IV: En Busca de la Paz’ llegara a los cines con ese enorme tufillo a ‘Serie B’ de la mano de Cannon Films Productions. Intentaré explicaros, de la manera más amena que me sea posible, la larga sucesión de nefastos hechos que derivaron en la peor película jamás filmada sobre el hombre de acero y en una de las peores películas de super-héroes de la historia (yo la propondría para compartir podio con el ‘Supersonic Man’ patrio y la ‘Catwoman’ de Halle Berry).
Superman III(1983) fue un desastre, dejando de lado lo fallido que resultó el intento de dotar de más comicidad a las aventuras de Superman metiendo con calzador al personaje interpretado por el inolvidable Richard Pryor, obviando con misericordia a ese villano empresarial cuya máxima meta era convertirse en un atribulado Juan Valdés para especular con el precio del café y refiriéndonos solo a su trayectoria comercial; sus bajos números en taquilla y la tibia respuesta del público hicieron que Warner Bros perdiera interés en una hipotética cuarta parte.
Los propietarios totales de los derechos cinematográficos de Superman por aquel entonces eran Alexander e Ilya Salkind, padre e hijo respectivamente, productores de cine de éxito pese a algún descalabro gigantesco en taquilla como ‘Supergirl’, donde lo único bueno eran las piernas de Helen Slater, o ‘Cristóbal Colón: El Descubrimiento’ (aquel bodrio de 1992 donde Fernando el Católico era el detective Magnum y Marlon Brando interpretaba a una de las figuras más queridas de la historia española: el inquisidor Torquemada). Los Salkind eran conscientes de que poco partido podían seguir sacando al personaje y de lo arriesgado que seria el producir una nueva entrega; así que, llegando a la conclusión de que los únicos beneficios que les daría a esas alturas el Kryptoniano tan solo vendrían de la venta de sus derechos, aceptaron de buena gana la generosa (por escasa que fuese) oferta que desde Cannon Films lanzaron para hacerse con la posibilidad de lanzar una nueva aventura del hombre del mañana en la pantalla grande.
Parémonos en este punto para analizar la situación: tenemos a Warner Bros y a los Salkind, que han financiado las tres superproducciones previas de nuestro héroe (‘Superman: The Movie‘ costó 55 millones de dólares de los setenta). Tenemos tres películas que supusieron todo un hito en cuanto a efectos visuales se refiere (“creerás que un hombre puede volar“, decía la frase promocional del primer film), tenemos a los Salkind deshaciéndose de los derechos del héroe y vendiéndoselos a una de las productoras de cine de Serie B más cutres de Hollywood, y tenemos a Superman, un héroe no precisamente fácil de trasladar a la pantalla de una manera creíble ni barata. Imaginaos el apuro del director Sidney J. Furie (el director elegido, del que se rumorea que cobró en chapas de Pepsi-Cola) ante semejante dilema. Algo así como si a cualquiera de nosotros nos llama Christopher Nolan, nos da un muñecajo de Superman de Carrefour, una cámara de vídeo y 500 euros y nos dice: “Tienes que tener la secuela de Man of Steel lista para estrenarla en dos meses”.
Y es que el presupuesto de la película batió récords… el problema fue que tan solo batió los registros de los ridículos límites económicos que la productora destinaba a sus rodajes; 17 millones de dólares fue lo que la película obtuvo para ser producida (el presupuesto mínimo que solicitó el director fue de algo más de 35 millones), insuficientes claramente para ofrecer una digna continuación de lo visto anteriormente. Lo que la productora tenía claro es que las pocas garantías de éxito de cara a la taquilla pasaban por volver a contar con Christopher Reeve como protagonista y con Gene Hackman como su antagonista, Lex Luthor, intentando que esos dos grandes nombres eclipsaran todos los lastres económicos del film. Las negociaciones con Reeve fueron arduas; tan solo aceptó a cambio de poder dirigir la segunda unidad, de tener acceso para vetar y reescribir partes del guion y de que Cannon se comprometiera a financiarle un proyecto personal que al malogrado actor le costaba sacar adelante pese a su fama; la película ‘El Reportero de la Calle 42’ (Street Smart”,1987), un largometraje que atesora en sus 90 minutos más calidad que toda la filmografía previa de Cannon íntegra y por el que Morgan Freeman ganó la nominación al Oscar que impulsó su carrera. En contra, las negociaciones con mi admirado Gene Hackman fueron mucho más leves y fluidas: “Acepté retomar el papel de Lex Luthor porque empezaba a tener hambre” en palabras del propio Hackman.
Y menos mal que Cannon logró contar con el talento de estos dos artistas. Lo único salvable del film, absolutamente lo único, fueron sus dos interpretaciones. Me apostaría tu brazo, apreciado lector, a que ni Hackman ni Reeve eran plenamente conscientes de cómo luciría el film finalizado el rodaje y después de su paso por el departamento de FX (huelga decir que el equipo de efectos responsable de las anteriores películas, y que logró un Oscar por su trabajo en la primera entrega, salió despavorido del proyecto al ver la mínima cuantía económica destinada a su campo). De tal modo que observamos a un Christopher Reeve intachable en su actuación y convincente como siempre lo fue en la piel del héroe (aunque este tío lo hubiera sido aún vestido de fallera), surcando los cielos con gesto serio y esa pose tan característica del personaje pero rodeado de una extraña aura azul causada por la utilización de un barato ‘croma’. A mí me recordaba a esa estela luminosa que rodea a las figuras religiosas en las estampas… ¿San Kal-El, defensor de los oprimidos?
Dejaré para algo más adelante el análisis sobre los increíbles (por horrorosos) FX del film y os hablaré de su argumento, que deduzco que ya conocéis si estáis leyendo este disparate en forma de artículo, pero que nunca está de más refrescar por si algún alma cándida cae aquí con absoluta ignorancia:
Estamos en los momentos más duros de la llamada guerra fría, ese absurdo enfrentamiento entre soviéticos y norteamericanos que angustiaba a todo el planeta al no saber si algún día unos u otros apretarían el botón rojo que mandaría la vida de la tierra al cuerno. Los dos países competían, ante la atónita mirada del resto del mundo, en un absurdo juego de “quien lo tiene (el misil nuclear) más grande y de más alcance”. Ante esa constante amenaza, un nerd preadolescente peinado a lo Beatle tiene la brillante idea de contactar con Superman para pedirle su ayuda, pues es el único hombre en el mundo capaz de librar a la humanidad de la amenaza de la guerra nuclear. Ajeno a esto, Clark Kent se encuentra en su ciudad natal, Smalville, valorando si vender la granja de sus fallecidos padres (one moment! ¿Su madre no salía en Superman Returns?, ¿se trataba de un crossover con ‘The Walking Dead’?) y en su primera escena descubrimos cómo Superman nos muestra un poder desconocido hasta la fecha: es capaz de volver invisibles los restos de la nave que le trajo a la tierra con solo mirarlos fijamente… a lo David Copperfield. En su regreso a Metropolis y al Daily Planet, Clark se sorprende al ver cómo el periódico que le contrató sin haber acabado la carrera de periodismo ha cambiado de dueño para pasar a ser parte de un conglomerado de empresas mediáticas dirigidas por un tipejo que quiere convertir el ‘Daily Planet‘, el diario más señero de la ciudad, en una especie de panfleto a lo ‘Noticias del Mundo’ o ‘La Razón’. Allí le entregan la carta del minibeatle en la que pide a Superman que libere al mundo de las armas atómicas. Y la carta a nombre de Clark Kent. Alucinas.
Super se hace de rogar y se lo piensa (aquello que le dijo su viejo en la primera película sobre no interferir en la historia de los hombres y demás). Decide confesarle su identidad secreta a Lois Lane y se la lleva a dar una vuelta por los confines del mundo (más croma barato y más destellos psicodélicos chungos alrededor de la pareja). En un momento del vuelo, Superman suelta a Lois y, lejos de caer hacia el suelo víctima de la gravedad que no afecta a su chico, la Srta Lane planea y vuela (al principio algo asustada, luego se va soltando). Qué gran giro argumental, los poderes de Kal-El son transferibles cual tarjeta de puntos del Dia. Al retornar a su apartamento, Clark besa a una entusiasmada Lois, y debido al beso esta olvida todo lo acontecido, incluida la revelación de la verdadera identidad de Kent (ya sabíamos por ‘Superman II’ que la saliva del Super actúa como el desneuralizador de ‘Men In Black’). Y luego hay debates en internet sobre la castidad del Super en aquella época… ¡Lo que sucedía es que Lois nunca recordaba nada! Menudo bribón estaba hecho el hombre de acero.
Después de esta cutre-escena romántica, nuestro protagonista decide acceder a la petición del chaval e inicia una cruzada personal contra el armamento nuclear de todas las naciones. En un breve espacio de tiempo Superman logra mandar un gran número de misiles armamentísticos al Sol, donde se destruyen sin peligro para la vida humana (eso sí, ahora hay que utilizar crema solar factor dos millones). Su archienemigo Lex, que ha logrado escapar de la cárcel en el coche tuneado de su sobrino, ha maquinado un plan tan malvado como perfecto: partiendo de una mezcla genética para la que ha utilizado un cabello de Superman, y cargando esa mezcla en uno de los misiles que el bueno del gran “S” ha mandado al Sol, ha logrado crear un villano nuclear (al que ha llamado Hombre Nuclear en un alarde de ingenio) con pelo cardado y pinta de telonero de ‘Europe’.
Mientras tanto, la hija del nuevo dueño del Daily Planet se ha encaprichado del buenazo de Clark y a éste no se le ocurre otra cosa que aceptar una cita doble entre esta señorita y él, Lois y Superman. Complicándose la vida, vamos. Aunque conociendo el uso que le da a sus besos “desneuralizadores“, a lo mejor tenía en mente pasar una velada inolvidable. En esa escena, y como parte de las que lía para despistar a las dos anfitrionas y poder mutar de Superman a Clark, nos demuestra otro nuevo poder: Superman puede utilizar su visión calorífica para quemar un pato que se está preparando en la cocina contigua sin dañar con ello la puerta cerrada de la cocina ni la puerta del horno. Me lo expliquen, por favor. Es en esa velada donde Kent recibe una llamada de Lex Luthor, mediante infrasonidos, para que acuda a su encuentro bajo la amenaza de hacer detonar una potente bomba. Puedo entender la idea de un sonido que solo pueda escuchar el superoído de Clark, pero escuchar a Lex decir “Mira a tu izquierda, ¿ves ese edificio?” puso mi suspensión de la credibilidad al máximo… ¿A tu izquierda? ¿Lex estaba viendo donde se encontraba Clark Kent? y si lo observaba… ¿Sabe ya que Kent y Superman son la misma persona?
La llamada de Luthor era obviamente una trampa para sorprender al héroe con su recién creada criatura; el Hombre Nuclear, que por cierto lleva el traje más ridículo que jamás se ha visto en un film de superhéroes. Superman se enfrenta en dos ocasiones con esta versión villana de un heavy ochentero. En la primera contienda, el héroe de Metropolis muerde el polvo; después de una lucha alrededor del mundo con la que destrozan monumentos tan emblemáticos como la Muralla China (no preocuparse, Superman la reconstruye creando ladrillos de la nada con su supervisión ladrillera), el engendro nuclear rubio le clava sus uñacos radiactivos, haciendo que a Super le afecte una especia de gripe rara que le va volviendo viejuno por momentos. Me da a mí que eso no se lo curan en la Seguridad Social (y tal como está la cosa, no sé si la cartilla sanitaria se la dan a los inmigrantes kryptonianos). Afortunadamente nuestro protagonista conserva en su casa un pedazo de ‘kryptonita buena’ que le permite recuperarse en un decir “Zod” y volver con prontitud a la lucha para dar su merecido a ‘Nuclear Man’, que se encuentra en estado de celo y había puesto sus ojos en la adinerada editora que pretendía a Clark. Y si creéis que ya os he narrado una buena sarta de sandeces y barbaridades ahora viene lo mejor.
El villano secuestra al objeto de su deseo y la lleva al espacio profundo, ¡donde ella respira y habla sin ningún tipo de problema! ¿Quién escribió el guion? ¿Leticia Sabater? Superman surca los cielos para rescatarla y para ofrecer a los sorprendidos espectadores el apoteósico clímax de esta gran obra de arte, una lucha en la luna donde se observan con total claridad los hilos que sujetan a los dos contendientes y les permiten “volar”. Y para remarcar más el excelente trabajo de efectos visuales que gozamos en el film, debo hacer mención especial a los tapices estrellados que simulaban ser la profundidad del cosmos… ¡Que presentan una interminable sucesión de pliegues y arrugas! ¿Nadie se dio cuenta durante el rodaje? Aunque supongo que si nadie cayó en la cuenta de que las novias de Superman ni vuelan ni respiran en el espacio, pedirles que se percataran de eso sería perder el tiempo.
Una vez rescatada a la joven, y para finalizar esta aberración perpetrada desde el más absoluto desprecio a los fans del personaje, Superman y ella se paran a saludar (sic) a unos astronautas rusos a los que había rescatado de un accidente espacial en el prólogo de la cinta. Un final digno de la calidad que atesora todo el film.
Me gustaría conocer vuestra opinión sobre este film. Si os parece salvable en algún aspecto o si la recordáis con cariño. Os dejo si me lo permitís la opinión sobre la película que tienen dos amigos míos, los grandísimos Axel Casas y Ronquete, que dedicaron un episodio de su “Sin Levantarnos del Sofás” a este descabellado film de la Cannon. Risas garantizadas, os lo prometo. Tengo que advertiros que debido al lenguaje que utilizan, no es recomendable para menores de dieciocho años ni adultos puritanos. Disfrutadlo:
Y como segundo ‘Easter Egg‘, aquí tenéis una escena eliminada de la película en la que vemos una primera versión del Hombre Nuclear, aunque a mi me recuerda más al antiguo enemigo del Super, Bizarro:
http://youtu.be/mor3k9UVQe4
Escrito por Adolfo Saro