Paolo Bacigalupi se ha hecho un hueco en la ciencia ficción a base de obras premiadísimas con trasfondo distópico. La que lo dio a conocer es precisamente La Chica Mecánica (The Windup Girl), que en nuestro país fue publicada en 2011 por la editorial Plaza & Janés. Aquella edición de tapa dura y 535 páginas, que hoy día se enmarca en la colección Fantascy de novela de género, ha resultado una muy grata sorpresa en el subgénero del biopunk.
En su momento, pudimos ver un tráiler del libro:
La novela se enmarca en una frágil Tailandia futura, que sobrevive a duras penas en un mundo arrasado por hambrunas y plagas genéticas, tras la Expansión energética petrolífera. En la cálida ciudad de Bangkok, se cruzan las vidas de diferentes personajes. Anderson Lake es representante de una compañía de alimentos genéticamente alterados, encargado de encontrar el banco de semillas que los tailandeses protegen con orgullo, el secreto de su supervivencia. Para ello, usa como tapadera una fábrica de muelles percutores. En ella trabaja Hong Seng, antaño un respetable comerciante y cabeza de familia en Malasia, hoy un atemorizado anciano exiliado que tuvo que huir en la revuelta malaya, como los otros muchos que malviven en la ciudad y que son llamados “tarjetas amarillas”. Jaidee es el incorruptible Tigre de Bangkok, un ex luchador de muay thai que trabaja como capitán de los “camisas blancas”, y que mantiene el dudoso buen nombre de esta fuerza policial del Ministerio de Medioambiente, conocida por su brutalidad y su corrupción. Jaidee y su compañera Kanya pronto se ven inmiscuidos en la rivalidad que su ministerio mantiene con el Ministerio de Comercio. Finalmente encontramos a la bella Emiko, uno de los neoseres modificados por los japoneses para la obediencia y el trabajo, que los tailandeses repudian por su antinaturalidad. Otrora una estimada asistente personal y amante de un hombre poderoso, Emiko fue abandonada en un burdel de poca monta, en el que existen a base de sobornos y degradación. Los destinos y el karma de todos estos personajes se encuentran en una ciudad de seres divinos, gobernada por demonios.
Nos encontramos con una novela excepcional en su calidad, que presenta una visión rica del bioterrorismo y el malgasto energético, mucho más futurista que la que veíamos hace unas semanas con Cenital. A pesar de los muchos neologismos que representan la realidad científica y sociocultural de la novela y de las numerosas expresiones en otros idiomas, la visión de Bacigalupi no es impenetrable o estéril. Muy al contrario.
Hay que reconocer que gran parte del atractivo de la novela recae en la ambientación, una Tailandia que a hoy día nos es todavía bastante desconocida y que, en esta variante distópica, resulta fascinante. El Bangkok de Bacigalupi es exótico sin ser idealizado ni menoscabado, con un ambiente cálido y sofocante, que casi puede olerse, pero también muy fértil y alejado de la aridez propia de la ciencia ficción dura. Esta Tailandia se cierra al mundo para evitar las plagas, ahora que la tecnología ha retrocedido, la medida energética es la caloría y todo alimento ha sido fabricado para su esterilidad en un laboratorio. Y, sin embargo, a diferencia de otras novelas que presentan situaciones similares, sigue informando de lo que ocurre en el mundo.
La mejor baza del libro son sus personajes. Cada uno de ellos es creíble y consistente en sus acciones (que no predecible). Movidos según les dicte el miedo o la ambición, cada cual tiene su precio y acarrea sus demonios. Simpatizar con algunos de ellos es difícil, pero en ello radica precisamente su valor: son necesarios, valiosos, aunque no agradables.
De entre ellos, mi favorita es sin duda Emiko, tal vez porque siempre he sentido debilidad por el tema del servilismo que viene asociado a las leyes de la robótica de Asimov. Durante la novela, Emiko reflexiona con amargura a menudo sobre la dicotomía entre su personalidad y las características que los científicos usaron para crearla y que resultaron en algo que, más que mejoras, parecen maldiciones: además de la obediencia ciega que la convierte en una especie de nueva geisha, una piel sin poros que hace que cualquier esfuerzo físico pueda matarla por exceso de calor. Los neoseres son “más japoneses que los japoneses”, a base de una educación estricta, y el buen gusto de Emiko choca a menudo brutalmente con las atrocidades de la vida en una ciudad en la que la mayoría de personas pueden camuflarse, pero sus movimientos espasmódicos la hacen un objetivo a temer y desear.
Por suerte, Bacigalupi no se recrea en escenas violentas, no juzga a los personajes ni a las masas. La novela está escrita en un tono analítico, con pocos remansos de emoción que encontramos en capítulos de Emiko o en la culpa que sienten los personajes acorralados. Esta es la mayor debilidad que le encuentro, que a veces no se involucra emocionalmente donde se querría, hay recuerdos pero no flash-backs y la compasión se mide con cuentagotas.
En lo que respecta a estructura y ritmo, La Chica Mecánica es una novela que hace pocas concesiones al lector. Empieza con una gran cantidad de información descontextualizada, cuando obras similares tendrían varias páginas de glosario. Esto, unido a un inicio bastante lento, puede echar para atrás al lector impaciente. A medida que el libro avanza, los capítulos se traban mejor, los giros argumentales incrementan el interés por el destino de los personajes. En los últimos capítulos, el ritmo se acelera y los capítulos se acortan, dejando un buen sabor de boca. El primer tercio puede ser duro, pero no impenetrable y el lector que persista será recompensado con una obra sorprendente y bien escrita.
Al traductor de una obra así no se le puede envidiar tal labor. Pero, pese a las dificultades, Manuel de los Reyes hace brillar una novela que ya empieza con un título conflictivo (ya que windup significa “a cuerda” y puede hacer referencia a verbo to wind up, “acabar en algún sitio”, como le ocurre a Emiko). El tono de La Chica Mecánica se podría haber arruinado fácilmente si no fuera por el trabajo inmejorable del traductor, un habitual en la literatura de género y los juegos de rol y un gran profesional.
En el año 2010, La Chica Mecánica ganó el premio Nebula a mejor novela, el Locus a mejor primera novela. También empató en la misma categoría en los premios Hugo de 2010 con La Ciudad Y La Ciudad de China Miéville. Sus traducciones al japonés y al alemán también han sido premiadas. En esta última, el título que se escogió fue Biokrieg (Guerra biológica).
Hace unos meses os hablábamos de la adaptación al cine de la obra. Una adaptación que puede resultar difícil por la necesidad de un casting variado que mantenga la diversidad original de la obra. Los resultados pueden ser espectaculares, en una Tailandia cuyo cielo lo surcan zepelines y en el que los megadontes (criaturas que recuerdan a los elefantes, modificadas genéticamente) son fuerza de trabajo en las fábricas.
Si la novela os sabe a poco (y lo hará, haciéndoos vagar en búsqueda de segundas partes que todavía no se han escrito), podéis echarle una ojeada a La Bomba Número Seis Y Otros Relatos, también de la colección Fantascy. Allí encontraréis el cuento “El tarjeta amarilla”, que serviría de precuela a la novela, entre otros ambientados en el mismo mundo.
En definitiva, La Chica Mecánica es un gran ejemplo de novela de ciencia ficción que puede gustar por igual a aficionados y a quien no conoce el género, con una edición española muy cuidada. Muy recomendable.
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