La resaca de los años 90 fue muy mala, chicos y chicas. Despues del desastre, llegó el momento de replantearse la situación, y la toma de decisiones polémicas que aún resuenan a día de hoy. Lo cierto es que da para estudio lo que aquella nefanda época significó para el cómic USA. Decisiones editoriales ridículas, dejadez por parte de profesionales encorsetados por jefes controladores y obsesivos, el modelo Image que acabó de rematar la jugada…
No todo era un desastre mayúsculo, pero si en general la sensación era de decadencia, en Marvel la vida era una fiesta. Y si tenemos que recuperar un título que signifique la esencia de lo que entonces significaba un cómic de superhéroes, no queda más remedio que un paseo por el salón de la fama de la ignominia. Ha llegado el momento de un susurro entre la sombras para el recuerdo de “Aquel que no debe ser nombrado” (excepto para chistes sobre proporciones y anatomía humana): El X-Force de Rob Liefeld.
Rob todavía no era el infradibujante que demostró al mundo una total falta de respeto por el medio. Aún se defendía, lo cierto es que tenía sus momentos. Además, contaba con los guiones de Fabian Nicieza, un tipo comedido, experimentado y que supongo que trabajó lo suyo para contener los excesos de su joven compañero de aventuras.
Con el paso del tiempo, la colección sufrió cambios y reinvenciones varias, siempre con la intención de que el público olvidase para siempre esa concepción de serie vacía llena de fuegos artificiales. El resultado de tanto esfuerzo por parte de editores y equipos creativos fue un desgaste paulatino de la cabecera, que se tradujo en una desinterés total por parte de los lectores y unas ventas pobres e insuficientes. Incluso con nombres tan potentes al frente de estos chicos X como Warren Ellis, X-force estaba destinada a la desaparición como otras tantas colecciones noventeras.
Por suerte para la cabecera, tenía grandes posibilidades según el tipo que ocupaba el sillón principal de Marvel en una época definitoria para La Casa de las Ideas. Había llegado la hora de dejar atrás años de desidia y palos de ciego. Nueva dirección, nuevas propuestas, y la sana intención de hacer de Marvel una editorial referente de nuevo. Empezaba la era de Joe Quesada.
Con los años, podemos decir que la estancia de Quesada como principal gerifalte de Marvel tiene muchas luces y sombras. Es más, admito sin tapujos que en su momento (joven airado que era uno) no fueron pocas las veces que lancé furibundos juramentos de venganza ante decisiones que me parecían funestas. El tiempo, que es muy sabio, me ha quitado la razón en la mayoría de mis aspavientos lectores, y si la editorial funciona al nivel al que lo hace ahora mismo es, en parte, al trabajo de Quesada como editor.
Entre las buenas ideas que puso sobre la mesa, sobresale el trabajo con guionistas reconocidos o provenientes de una experiencia en otros medios, donde habían alcanzado un notable éxito. Nombres relacionados con líneas más independientes o innovadoras, o que se habían ganado una reputación en televisión, llenaron las oficinas de Marvel. La idea de fondo estaba clara, y era dejar atrás la imagen de esos cómics de la década anterior, acusados de ser más simples que el dress code de una fiesta de pijamas. Si los lectores exigían trascendencia y rotundidad argumental, Quesada sabía muy bien que armas eran necesarias.
Experimentación y nuevos planteamientos eran los pilares sobre los que se construía la nueva Marvel, sobre todo si hablamos de colecciones al borde del precipicio que no tenían nada que perder. Este atrevimiento fue recompensado por los lectores, y el renovado X- Force se transformaba en el pelotazo de la temporada. ¿Qué tenía esta serie para que hoy en día se siga hablando de lo que su equipo creativo consiguió con su rupturista obra?
Primero, hablemos de los implicados. A los guiones, Peter Milligan, viejo conocido de los aficionados. Formó parte del batallón de autores provenientes de las Islas Británicas de mediados de los 80, capitaneados por Alan Moore y Neil Gaiman. Esta generación de escritores del viejo continente pusieron patas arriba el mercado USA a base de descaro, intelectualidad y le fe inquebrantable de que el medio se merecía entrar en la edad adulta. Todos ellos entraron por la puerta grande gracias a Vertigo, el sello “independiente” de DC, donde germinaron obras de suma importancia para entender el medio tal y como lo conocemos hoy en día.
Si funcionó para DC, Quesada quería lo mismo para su renovada Marvel. Autores que convirtieron DC en una editorial modelo, pasaron con alegría a la querida competencia, entre ellos, el simpático destructor de mitos del que hoy hablamos.
Milligan empezaba sus X-Force de cero. Nada de antiguos miembros del equipo o nostalgia que limitase sus planes. Formación surgida de la nada, y con unos principios que poco tenían que ver con los antiguos pupilos de Cable. De hecho, Milligan aprovechaba su entrada en el universo mutante para poner en duda todos los mantras establecidos acerca de la condición de los hijos del átomo. Si hasta ese momento la nota predominante era cierta idea victimista acerca de proteger un mundo que los odia, en X-Force Milligan retrataba una pandilla de tarados con la moralidad de una manada de chacales.
Ni defensa de los derechos mutantes, ni principios de convivencia pacífica, ni filosofías humanistas. Lo que importa en este nuevo grupo es la fama, el dinero, y los consabidos cinco minutos de popularidad en televisión. Da igual que el precio sea la muerte o la humillación pública. Lo genial de ser mutante, según estos tipos de dudosa catadura moral, es sacar rédito a la diferencia, aunque sea a base de ejercicios ruines de marketing y publicidad por encima del heroísmo desinteresado.
El autor irlandés rompía moldes con su grupo de seres que se salían de la media del universo Marvel. No eran villanos en el término habitual de la palabra, pero desde luego estaban muy lejos de los ideales que marcan la ideología argumentada por el Profesor Xavier y sus pupilos. Los X-Force de Milligan son un elaborado producto comercial extirpado de la sociedad de consumo, que se sustenta sobre una movediza base arrancada de los conceptos de Reality Show o de los grupos pop prefabricados por las compañías de entretenimiento. Los tipos con la X en el pecho de esta serie tienen muy poco que ver con los torturados protagonistas de los seriales mutantes a los que estamos acostumbrados. Están más preocupados por las cifras de ventas de sus muñecos de acción y de las sugerencias de sus asesores de imagen. Las dudas morales y el existencialismo no llenan la cuenta corriente, amigos.
Milligan aprovecha este inédito conato de libertad creativa para poner patas arriba el universo mutante, gracias al humor corrosivo, la ironía, la crítica descarnada a cualquier cosa digna de crítica, sin caer en el ridículo o en la moralina barata. Tiene para todo el mundo, desde las risas a costa del socialismo cubano a las bofetadas impenitentes al “sacrosanto” sistema económico norteamericano. La publicidad, los medios, los conflictos sociales, las relaciones personales o la intimidad del héroe… todo eso sin perder la elegancia, a pesar de la brutalidad del tratamiento de sus historias. Tiene menos respeto por sus personajes que George Martin. Ahí lo dejo. Mejor no pillar mucho cariño a los chicos de X-Force.
Pero lo estupendo de este puñado de tebeos no se queda en las salvajadas argumentales perpetradas por Milligan. Como cómplice en el crimen, Michael Allred, personaje tremendo del mundillo. Se hizo un hueco gracias a la colección independiente Mad Man, que llamó la atención de crítica y público por el extraño arte de un tipo inclasificable. Un estilo premeditadamente inocente, casi naif, que no deja de ser contradictorio y perturbador. El diseño de personajes y su aparente falta de potencia visual construyen un delirio lleno de ironía, que traduce en imágenes la ultraviolencia, tanto física como moral, que desprende este cómic, desconocido en espíritu dentro de los supuestos de Marvel. Rupturismo gamberro y desquiciado, surrealista en ocasiones, que lanzaba un airado discurso, camuflado de humor, al circo mediático.
Allred llena de color pop páginas repletas de odios, puñaladas traperas, muertes pintorescas, dramas y tragedias, que parecen menos gracias al tratamiento de la obra ofrecido por un dibujante especial, atrevido, diferente y con muchas ganas de divertirse. Habrás visto cosas mejores o peores, pero ninguna dibujada de la manera con la que Allred trabaja sus obras.
X-Force cambió muchas cosas. Sobre todo, nadie esperaba una rotundidad tan brutal en una marca Marvel. El despliegue de mala uva que contiene este cómic es de antología. Era tan distinto a todo, que hasta la edición española abandonó la cabecera original para un renacimiento como Fuerza-X, título del tomo que recoge la edición integral de esta etapa irreverente, destructiva y terriblemente divertida.
Porque, además de un guión inteligente sobre miserias humanas y un dibujo de primera, ofrece alguno de esos momentos tan bestiales que se transforman en placer culpable. Reconocedlo. No pasa nada. Os encantan esa clase de tebeos.
A mí también.
Fuerza-X recoge los números USA de la colección X-Force desde el #116 hasta el #129. Toda la etapa de Milligan y Allred antes del cambio de nombre de la cabecera, en un cómodo tomo de la colección Extra Superhéroes de Panini. Esto quiere decir una edición muy simple en tapa blanda y sin extras, salvo las portadas originales y un texto introductorio a cargo de Bruno Orive. El precio de venta al público es de 16´50 Euros.
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