Se suele decir que lo mejor de un viaje es el camino. Sí, claro, está bien disfrutar de paisajes, atajos, lugares perdidos y anécdotas que construyen nuestro periplo, pero creo que hay algo especial en ese momento en el que alcanzas tu destino final. Pones la vista en aquellos primeros pasos; puede que, incluso, te des cuenta de que ya no eres el mismo que comenzó la aventura. En todo caso, te preparas para el merecido reposo del guerrero con una sonrisa, al mismo tiempo que recuerdas todos lo buenos momentos que han sido las huellas imborrables de la memoria. Entonces, sonríes. Con esa mueca, con ese gesto, se certifica lo mucho que has disfrutado con la senda.
Algo así he sentido yo cuando he cerrado el último número de Jóvenes Vengadores. Ha sido una de las lecturas más divertidas, dinámicas, sorprendentes y entrañables en las que me he visto inmerso. Decir eso de una colección en concreto en medio del torrente de calidad y cantidad que nos ofrece Marvel en lo últimos tiempos, es mucho decir.
Uno ya está un poco abuelete para que las aventuras de jovenzuelos en plena época de descubrimiento resulten atractivas o motivadoras. Además, la experiencia con grupos de este tipo no son especialmente positivas. Salvo excepciones, los adolescentes son retratados como peleones mandriles en celo, con más hormonas que personalidad, o son la excusa fácil del guionista de turno para demostraciones de humor fácil e infantil.
Muchos de vosotros no estaréis de acuerdo con algo tan sentencioso, y tendréis un buen puñado de ejemplos de grandes clásicos protagonizados por adolescentes (los más evidentes, Nuevos Mutantes o Teen Titans), pero, me temo, de los años 90 a esta parte, el concepto ha sido reducido a la simplicidad enervante.
Dicho esto, dejo claro que no estaba muy dispuesto, en principio, a dar una oportunidad a la vuelta de estos atípicos chicos. Pero sorpresas te da la vida.
Nuestro grupo de hoy nacía en 2005, en un momento en el que Marvel apostaba por la figura del guionista. Tanto, que se esforzó de manera especial en un trasvase de talentos televisivos a los equipos creativos al frente de cabeceras muy potentes. Por ejemplo, el mismísimo Joss Whedon, ahora parte esencial de la maquinaria cinematográfica de Marvel, entraba por la puerta grande de La Casa de las Ideas como guionista de Astonishing X-Men, celebrada etapa con John Cassaday a los lápices en su mejor versión (¿alguien me puede explicar que ha pasado con este tipo? Menudo bajón de calidad hay en sus últimos trabajos).
Para la nueva cabecera de la franquicia Vengadores, Marvel planteaba una extraña jugada. El elegido para llevar la batuta de la colección era Allan Heinberg. Nada más y nada menos que el perpetrador de cosas tan alejadas del cómic de superhéroes como “Sex in the city” o “The OC”. Las alarmas se encienden, los lectores entran en pánico. Nadie da un duro por que un tipo acostumbrado a culebrones de lo más mundano sea capaz de ideas con un mínimo de interés
De nuevo, sorpresa. Resulta que, pese a las reticencias iniciales, el mundo de la viñeta se quitó el sombrero ante una colección valiente, muy atractiva, y que hacía de su diferencia el mayor valor que atesoraba. Heinberg se las ingeniaba para que la acción a raudales se mezclase en perfecta alquimia con unos héroes que no solo luchaban contra amenazas destructivas. Su mayor batalla era con ellos mismos, con un mundo nuevo, brillante y peligroso, que se abría ante ellos en un doble despertar: como adolescentes, con toda la intrincada red de sensaciones desconocidas que invaden una edad tan llena de misticismo, y como campeones capaces de rivalizar en poder con los mismísimos Vengadores. Un acierto que calló muchas bocas, y que daba al lector de cómics una obra del siglo XXI, importante, cuidada y entrañable. La sensibilidad de Heinberg para tratar a sus personajes, hizo que cada uno de estos chavales se ganase el corazón del público. De repente, el desgastado concepto de héroe adolescente ganaba consistencia y personalidad para los nuevos tiempos. El arte de Jim Cheung redondeaba el espectáculo,
No podía ser de otra forma, la serie levantó ampollas entre las mentes bien pensantes. Heinberg no tenía miedo en mostrar con toda plenitud, pero sin perder la inocencia, la cantidad ingente de emociones humanas de las que se nutre algo tan complejo como nuestra realidad social. Con un estilo y elegancia propio del que se mueve con naturalidad en el medio televisivo, retrató la diferencia y la individualidad, más allá de la línea recta y gris que impone algo tan anormal y antinatural como “la normalidad”. Otro golpe de mesa de Marvel en cuanto a que siempre ha sido una editorial con un pie en la calle, famosa por demostraciones de sobra conocidas de cómo lo que sucede en nuestras ciudades se transforma en inspiración.
Viajamos en el tiempo hacia 2013. Han pasado unos años. Los chicos imaginados por Heinberg han sobrevivido a decenas de peripecias, que han dejado su mundo un tanto traspuesto. Las cosas no son lo que parecían en principio, y estos Jóvenes Vengadores han dejado muy atrás su cara de versiones adolescentes de los Héroes más poderosos de la Tierra. Poco queda de aquellos muchachos que se enfrentaban por primera vez al mundo. Esto es Marvel Now, amigos, y nada es lo que te habían contado. Nuevos miembros, nuevo equipo creativo, y la libertad como bandera. Kieron Guillen es el director de orquesta de esta nueva encarnación de la cantera de los Vengadores. No son tan inocentes, ni tan puros. Su vida al filo ya ha dejado alguna que otra cicatriz en el alma de estos muchachos, que todavía buscan su lugar en un mundo muy complicado. Las eternas dudas existenciales sobre qué pintamos en este planeta y por qué hacemos lo que hacemos, sobrevuelan la mente de esta pandilla tan ecléctica, que no tiene ni idea de lo que se les viene encima.
Estos trepidantes doce números se encuadran en un único cuadro argumental lleno de sorpresas, en el que los juegos de Wiccan con la realidad (siempre con la mejor de las intenciones, y empujado por el amor, ese bidón de gasolina), atraen hacia el grupo a la entidad conocida como Madre, un parásito dispuesto a destrozar la realidad de estos chicos. Empujados por la mortal presencia de este ente, abandonan la seguridad de su pequeño mundo para salvar la vida de los adultos de su alrededor. Mientras recorren múltiples realidades y se enfrentan a fantasmas del pasado, buscan con desesperación una forma de acabar con Madre, algo sobre lo que Loki, un rejuvenecido dios de la mentira, tiene mucho que decir.
Esta es la premisa sobre la que Kieron Guillen monta su historia, abriendo múltiples sub tramas plagadas de potentes secundarios. Su escritura elegante, directa y sutil, nos atrapa en una especie de “Todo lo que quería saber sobre la adolescencia y nunca se atrevió a preguntar”. El amor y las relaciones, con toda la maraña de diferencias individuales que conforman una visión libre y real de las emociones humanas, es la partitura del hermoso canto a la diferencia que se marca el bueno de Guillen. Con mucho sentido del humor, pero sin perder la perspectiva, el guionista se hace dueño de los personajes, cada uno de ellos armados con una personalidad arrolladora, que sirven como pilares de la entrañable aventura a la que se ven arrastrados. Sin miedo, sin tapujos, con un espíritu de curiosidad tan marcado que acaba por ser el signo de identidad de estos vengadores junior, Guillen hace un mapa, lleno de cambios de rasante, del amalgama de opciones que tenemos los seres humanos, decisiones personales elegidas con una intención tan noble como ser feliz sin ser juzgado. El peso de esas decisiones y su impacto es la mayor pelea a la que se enfrentan estos chicos, por encima de los seres cósmicos.
Si Guillen marca el ritmo, Jamie McKelvie convierte Jóvenes Vengadores en su laboratorio creativo, y nos regala algunas de las soluciones visuales más sorprendentes y rompedores de los últimos años. Con sencillez magistral, McKelvie muestra lo imposible con naturalidad aplastante. El sabor cinematográfico es la tónica en la narración secuencial del dibujante, pero no de los blockbusters atronadores que aturden y reducen la imagen a colores y fuegos artificiales. Cuando miras el trabajo de este artista, ves novedad, ves impacto y notas la potencia de su propuesta, pero también sientes la calidez de algo pequeño, que a veces es íntimo y que incluso se aproxima, con mucho cuidado y sin hacer el ridículo, a lo poético.
No hay más que ver su último número, una de las despedidas más emocionantes y especiales de las que yo he sido testigo. La sensación de coherencia y conclusión es de esas que dejan encogido el corazoncito de lector de vuelta de todo. Te das cuenta de que tus niños, esos a los que has acompañado durante una docena de números, se han hecho mayores, que todavía tienen mucho por delante, pero son lo suficientemente valientes y maduros como para vivir con las consecuencias de sus acciones.
Eso, en un cómic de supertipos adolescentes. Muy grande.
También hemos tenido espacio para la polémica claro. Quizá llegue el día en que ciertas discusiones no tengan razón de ser, y el mundo entienda que el ser humano es muy difícil de encasillar. Por suerte, Jóvenes Vengadores no buscaba el escándalo, ni siquiera el debate. Está por encima de eso. Jóvenes Vengadores nos cuenta una historia de gente normal, que aparte de partirse la cara con seres casi todopoderosos, se enamoran, tienen que pagar facturas, se pelean, se hieren, se reconcilian, se quieren de mil maneras distintas, ponen en duda su propio mundo, y buscan ese pedacito de tranquilidad al que aspiramos todos. Esa clase de gente que acaba en un bar a las tantas de la mañana, después de una fiesta en la que ha pasado de todo, compartiendo un desayuno, risas y anécdotas.
Como tú y como yo.
Eso, amigos, es Marvel. De la de toda la vida. Por eso estoy seguro de que, aunque ahora nos dicen adiós, volveremos a ver a esta pandilla dentro de poco.