Ya se escucha el paso atronador de los Centinelas. Dentro de muy poco recibiremos en nuestros cines un nuevo episodio de la saga mutante en la gran pantalla, aunque en La Casa De EL ya podéis leer su crítica aquí. Todos esperamos un repunte de la franquicia, que parece que ha encontrado cierto equilibrio tras la acertada “X-Men: primera generación“, película que significó todo un soplo de aire fresco tras la decepcionante “La decisión final” y sobre todo los pobres acercamientos a Lobezno con sus dos películas en solitario (la primera es especialmente insultante, ¿verdad?).
Con esto de la moda de las películas de personajes de la viñeta, nuestro mundo particular llega al público masivo, y eso parece desvirtuar la auténtica esencia de esas historias que ahora se transforman en parte de una mitología mucho mayor. Personas que nunca han tenido contacto con el cómic, se sumergen con alegría en la historia de unos iconos que han formado parte de las fantasías de lectores desde hace 50 años. Y eso está genial, sobre todo si los productos que surgen de esta semilla comiquera se tratan con respeto y cariño. Por eso, no está de más dar un vistazo a lo que quedó atrás, a las sagas originales que sirven de sustento literario para estas producciones fílmicas, que suponían una vuelta de tuerca a los cimientos de lo que eran los X-Men de antaño, etapa tan poderosa que a día de hoy todavía se reverencian esos arcos argumentales a niveles casi místicos.
Hablamos de ideas con un nivel de trascendencia enorme, principio de lugares que en la actualidad son comunes para guionistas implicados en los X-Men. Tanto que hay sagas de los últimos años que no han podido quitarse de encima la sensación del lector de verse dentro de un bucle de variaciones sobre el mismo tema. Un periodo de la historia de la colección que nos trajo cosas tan fundamentales como la Segunda Génesis, la saga de Fénix Oscura o el primer enfrentamiento con el Nido. Así que nos detenemos en esta Patrulla X de principios de los 80 para centrar nuestra atención en la saga que da nombre al próximo pelotazo de Marvel. Con todos ustedes, “Días del futuro Pasado”.
Apenas unos años antes, X-Men estaba destinada al cierre. A muchos nos parece mentira que un hecho así fuese una realidad palpable a finales de los 60. De hecho, X-Men #66 USA significó el final de la cabecera regular, y se sustituyó por una reedición de las primeras aventuras del grupo adolescente creado por Stan Lee y Jack Kirby en 1963. No entraremos en un sesudo análisis de las razones por las que algo así ocurrió, puesto que mucho se ha escrito y hablado al respecto por gente más capaz que yo. Lo importante es que durante una época, el concepto clave sobre el que se articula gran parte del éxito de Marvel como editorial desde hace muchos años (con permiso de los Vengadores) estaba destinado al más lamentable ostracismo y al triste olvido.
Nos trasladamos a 1975. Roy Thomas, sucesor de Stan Lee al frente de la editorial, se decide a resucitar a los X-Men. Pero estaba claro que se necesitaba una renovación total, algo diferente a la idea que había fracasado con estrépito. Finalmente, los nuevos X-Men toman forma en el mítico Giant Size X-Men #1, guionizado por un clásico como Len Wein y dibujado por Dave Cockrum. La Segunda Génesis cobraba forma en viñetas, una apuesta arriesgada como pocas, a pesar de que ahora se considere un imprescindible de la historia del cómic USA. Riesgo, porque presentaba, en contraposición a los reconocibles rostros del grupo original de Xavier, un puñado de desconocidos por el público, que con suerte se habían paseado por alguna colección previamente (como es el caso de Lobezno, creado por el propio Wein con la ayuda a los lápices del no menos mítico John Romita, para las páginas de Hulk).
El órdago editorial se tradujo en un gran éxito, que insuflaba nueva vida al viejo planteamiento de Lee y Kirby. El nutrido grupo internacional de esta nueva Patrulla X estaba lleno de carisma y bagajes personales atractivos y emocionantes. Tanto, que algunos de ellos se ganaron el corazón de los incondicionales a través de las décadas, y es que me vais a decir que os imagináis una patrulla X sin Lobezno, Tormenta o Rondador Nocturno.
Incluso con el éxito de este experimento, no eran pocos los problemas que se planteaban. Wein abandona sus funciones como guionista, puesto que la carga de trabajo como director editorial de Marvel apenas dejaba tiempo para otros menesteres. Delega entonces en su ayudante, un joven inglés que ya se había encargado de algún trabajo menos. El nombre de este chico: Chris Claremont. Lo demás, es leyenda.
Claremont y Cockrum fueron los pilares sobre los que sustentó el renacimiento de los X-Men. Momentos de gran importancia se sucedían gracias a un guionista que completaba su imaginativo talento con una sensibilidad especial que recuperaba el punto de reivindicación que el concepto mutante siempre ha tenido desde sus inicios. Si bien no de una manera evidente o combativa en exceso, Claremont dejaba patente la esencia de los mutante como minoría, acechados por el miedo y la incomprensión de la sociedad humana con la que aspiran a vivir en paz. El joven escritor encontró una alquimia fascinante entre aventuras cósmicas de ciencia ficción fantasiosa y explosiva con trascendentales momentos clave para la especie mutante como parte de un complejo conflicto.
De esta inteligente dualidad, surge la gran saga de la que hoy hablamos. Y es que la imaginación desbordante de Claremont encontró su perfecta arma ejecutora en el talento sin igual de un genio de los lápices. John Byrne aterrizaba en la franquicia mutante, y se daba uno de esos mágicos momentos en los que un equipo creativo encuentra la clave para que las genialidades individuales se mezclen con resultado brillante. Se ponía en marcha uno de los dúos más laureados del medio, que contaba con los acabados del no menos legendario Terry Austin. Creo que pocas veces han tenido las aventuras de X-Men unos “papás” tan excepcionales.
¿Qué nos cuenta “Días del futuro pasado”? Claremont se metía de cabeza en un berenjenal muy peliagudo, el de los viajes temporales, que acabaría como eje de eterno retorno en la mitología mutante. El guionista planteaba un futuro desalentador, en el que se imponía una destructiva sociedad de castas, de la cual los mutantes eran el último peldaño. Tras el asesinato del senador Kelly, conocido activista anti mutante, la sociedad entró en una espiral de malas decisiones promovidas por el odio y el miedo. Tal fue la debacle, que los Centinelas, los peligrosos robots cazadores de hombres y mujeres X, se hicieron con el control de América, poniendo al resto del mundo al borde de la guerra nuclear. En ese estado policial tecnofascista, un pequeño grupo de supervivientes ha decidido tomar cartas en el asunto, y poner fin al dominio de los Centinelas. Con la versión adulta de Kitty Pride al frente, estos rebeldes ejecutan un plan que puede cambiar la historia del futuro.
Claremont juega con dos líneas temporales, y por primera vez, lanza una mirada al hipotético futuro de la raza mutante. Apenas quedan supervivientes; los pocos mutantes que continúan con vida se arrastran en campos de concentración, bajo la constante vigilancia de los Centinelas. El escritor inglés abría la posibilidad de mirar hacia delante, de reimaginar las distintas posibilidades que amenazaban a los hombres X, constante que otros autores han visitado con peor o mejor fortuna. Tanto es así, que tenemos personajes que proceden de esos futuros alternativos revelados a través de las décadas, como Cable o Bishop. Es más, esa idea de que una pequeña fluctuación en los hechos presentes puede dar al traste con la realidad es otro de los grandes motivos que pueblan el imaginario mutante, y que nos ha dado sagas como “La era de Apocalipsis”. En apenas un par de números, Claremont se las apañaba para que el habitual escenario de los X-Men diese un vuelco, e infinitos caminos se abriesen.
Con inteligencia, precisión, y con un nivel narrativo de primer orden, nos presentaba una saga llena de dramatismo, decisiones límite y sacrificio. Con el imaginado futuro de estos héroes, dibujaba el presente del grupo, al mismo tiempo que jugaba con la idea de que nada está escrito, que el más mínimo detalle da lugar a un universo de mundos a explorar.
Claremont, sin perder el norte, hacía de profeta de lo terrible, de las consecuencias nefastas del odio, de la brutal inhumanidad que conlleva meter a toda una especie en el mismo saco. La carrera armamentística, el derecho a la diferencia, la política interior de Estados Unidos… con discreción elegante, pero con mucha intención, plantea el inevitable destino de la sociedad si es el odio el que habla y toma las decisiones.
Byrne da una lección de narrativa, maneja con intensidad las dos líneas que Claremont establece, en el presente y en el futuro. Ambos mundos quedan perfectamente diferenciados gracias al trabajo de ambientación del maestro, lleno de detalles que hacen creíble el mundo derruido, violento y arcaico de los Centinelas. La psicología de los personajes, otro gran punto fuerte del guionista, se refleja en las actitudes físicas de los personajes de Byrne; activos, dinámicos, definen su personalidad por lo que hacen, no por lo que cuentan. Ambos, guionista y dibujante, conocen a la perfección la naturaleza de un espectáculo visual como el que proponen, y leer este cómic es de esas experiencias que entiendes como definitorias y redondas. Comprendes que es un antes y un después, que una parte ingente de lo que se ha escrito o dibujado en el cómic de superhéroes tiene su origen en “Días del futuro pasado”. Incluso sin ser consciente de su importancia histórica a posteriori, se disfruta como historia más allá de ese halo de leyenda.
Imprescindible. Con o sin película en ciernes, “Días del futuro pasado” es clave para entender lo que significan las aventuras de La Patrulla X. Dice mucho de la clase de personas que hay detrás de los pintorescos disfraces, capaces de dar su vida por un hombre que vive una cruzada anti mutante. Una época en la que el sueño de Xavier todavía significaba algo en el ideario de este grupo tan atribulado.
Posiblemente, la película sea mucho más enrevesada, si se tiene en cuenta la cantidad de personajes que maneja, y la labor de traducción al lenguaje cinematográfico de una historia que camufla esa complejidad. Claremont, entre otras cosas, sabía que la mejor manera de vender un mensaje no es a través de moralina barata ni moralejas metidas con calzador. Los detalles, la psicología y la creación de un contexto creíble hicieron el trabajo sucio, muestra del tremendo talento de los implicados.
Si todavía no habéis leído esta seminal historia, que tuvo lugar en los números #141 y 142 USA, es el momento ideal, antes de que suenen las campanas de Hollywood. Porque es mítica hasta la portada, chicos y chicas.
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