Bueno, chicos, ha llegado la hora de hacer balance. El curso termina y han sido muchas las cosas que han pasado a lo largo de estos 24 números, con los que Jason Aaron ha construido una de las colecciones que más ha dado que hablar en cuestiones mutantes.
¿Quién lo iba a decir? Lobezno, la maquina de hacer picadillo favorita de niños y niñas, cambia la licra amarilla por la corbata de distinguido docente. Parece que fue ayer cuando vimos las puertas de la Academia Jean Grey abrirse para una nueva generación de mutantes, con el equipo de profesores temblando como flanes anta la responsabilidad que habían decidido tomar, herederos últimos del sueño de Xavier tras mil avatares a lo largo de los años.
Poco antes vivíamos la ruptura definitiva entre facciones mutantes tras las discrepancias surgidas entre Lobezno y Ciclope. Los hijos del átomo se enfrentaban a momentos aciagos, y la posibilidad de la extinción era algo palpable. Las tensiones respecto a la gestión del conflicto no se hicieron esperar, y años de rencor acumulado hicieron saltar las chispas entre dos personalidades tan contrapuestas como la de los líderes mutantes.
La academia Jean Grey para jóvenes talentos nacía, gracias al esfuerzo conjunto de aquellos exiliados, un grupo que todavía albergaba esperanza en el sueño de Xavier a pesar de las circunstancias. Y, como todos sabemos, lo de jóvenes talentos no tiene nada que ver con muchachos que hacen un cubo de rubik mientras leen a Howard Gardner. Las habilidades de los chicos y chicas que pululan por los pasillos de esta estrambótica institución tienen más que ver con el derrumbe accidental de edificios después de un atracón de fabada o simpáticos accidentes con lecturas de mentes ajenas. Cosas así.
Esto es lo que implica el Jean Grey, la convivencia con lo imposible; y si hay especialistas en esas cuestiones, esos son el equipo de profesores que se ocuparán no sólo de que estos chicos únicos aprueben todas las asignaturas; también es algo importante que el alumnado supere el curso con vida, y si se tiene en cuenta la cantidad de amenazas y peligros a los que hacen frente estos muchachos, las posibilidades de supervivencia se desploman número tras número.
Jason Aaron llegó al cómic casi de casualidad, pero Marvel enseguida comprendió el diamante en bruto que habían encontrado en este imponente autor (¿Habéis visto una foto suya? Es un tío que no pasa desapercibido por la calle, eso seguro). Se pulió en una recordada etapa en Lobezno, que puso la colección del personaje a un nivel de popularidad que no se veía desde hace lustros, y se ganó el beneplácito de los mandamases de la editorial. Tanto, que hasta le dieron una colección. Dentro de la franquicia mutante, con Lobezno de protagonista…¿Hacía falta otra colección más de esas características? Pues puede que no, pero si el resultado es este puñado de números, la lógica y la coherencia se pueden ir de paseo a la Zona Negativa un rato.
Lobezno es esa clase de personaje que parece tener como máximo exponente de su poder mutante el don de la ubicuidad. Se pasea por colecciones propias y ajenas, hasta el punto de que muchas veces es complejo seguir la pista de sus simpáticas correrías de muerte y destrucción. De hecho, al mismo tiempo que se vestía de responsable profesor de secundaria, se partía el lomo por la raza mutante en su selecto grupo de operaciones encubiertas, X-Force. Otro de los puntos álgidos de la franquicia mutante de los últimos tiempos ha sido esta fabulosa demostración de talento narrativo y planificación secuencial que es la serie perpetrada por Rick Remender. Consciente de su papel como ejecutor en la sombra, Remender y Aaron presentaron como pocas veces se ha hecho las luces y las sombras de un carácter sobre el que tanto se ha escrito. En X-Force veíamos a la máquina de matar, no siempre feliz en ese rol, pero consciente de que había mucho en juego, y que alguien tenía que hacer el trabajo sucio. Como sabemos, Logan es el mejor en lo que hace.
Luego estaba el instituto Jean Grey. Allí, Logan encontraba la esperanza, el atisbo de un futuro, la recompensa más elevada al derramamiento de sangre. Nuestro atribulado héroe llegaba a su despacho, se aflojaba la corbata, y vislumbraba la auténtica razón por la que merecía la pena mancharse las mayas con salpicones de restos de molestos esbirros. El instituto Jaen Grey es algo más el sueño de Xavier recompuesto, es el último clavo ardiendo al que Logan se puede agarrar para no volverse chiflado del todo, y perder los últimos pedazos de su humanidad.
Eso es lo que fabrica Aaron en su periplo al frente de la colección, un camino hacia la madurez, hacia el cambio, una colección luminosa basada en un optimismo militante que guarda como filosofía máxima que la gente puede cambiar a mejor, que incluso el personaje más oscuro y con más pecados a las espaldas, encuentra la paz a través de los ojos de los demás. Lobezno, que en el fondo, como todos sabemos, es un trozo de pan, exorciza demonios gracias a un desconocido ejercicio de empatía por su parte, crece hasta que se transforma en un personaje esencialmente redondo, un paso por delante de sus habituales penas y tribulaciones. Lobezno y la Patrulla X nos regala un pensamiento muy hermoso, acerca incluso de la labor del profesor: nunca dejamos de aprender, y lo más probable es que sean tus alumnos los que más te enseñen. Me he dedicado durante muchos años a la docencia, y puedo decir que eso es una verdad escrita en piedra.
¿Cómo consigue todo esto el bueno de Jason Aaron? Pues establece un tono divertido, extravagante a veces, gamberro la mayoría de las ocasiones. Dinámico, habilidoso, con un pulso magistral con el que mantiene la coherencia, Aaron muestra sus armas en un cómic que, a pesar de su esencial tono desinhibido de comedia adolescente, no deja ni por un segundo de tomarse en serio a si misma. Eso se agradece, puesto que una colección de chistes y chispeantes diálogos puede funcionar un par de números, pero si no hay un trasfondo y una construcción de personajes que mantenga el interés, poco puede ofrecer algo lineal y evidente.
Pero Jason Aaron no es ninguna de esas dos cosas. Aprieta el acelerador u ofrece excelentes momentos de intrascendencia que dan un respiro entre avalancha de emociones y avalancha de emociones. Desde el minuto uno de la primera clase, los problemas se suceden, y los pequeños herederos del club Fuego Infernal asoman su hocico nihilista y destructivo. Y a partir de ese momento, imposible tomar aliento.
Creo que, por encima de todo, la gran virtud de Lobezno y la Patrulla X está en sus personajes. Un grupo de chicos que se enfrenta por primera vez a un mundo que los odia y los teme, como siempre, pero que además llevan sobre sus cabezas la terrible espada de Damocles de ser los últimos de su especie. Gente tan entrañable como el simpático y sensible Nido, Idie enmarcada en un viaje personal lleno de contradicciones, convertida en uno de los caracteres más atractivos e inesperados de la serie, o el insufrible Chico Omega, cuya relación con el director es uno de los pilares de muchas de las tramas escritas por Aaron…todos los chicos de esta serie son un acierto, y el escritor nunca abandona a ninguno de ellos.
Como punta de lanza de la colección, Aaron se rodeó de un puñado de dibujantes capaces de mantener el pulso. Ese ha sido otro de los aciertos en la edición de esta etapa, la continuidad argumental y artística. No ha habido un baile continuo de artistas que desdibuje la sensación de coherencia, y la mayoría de los lápices han recaído en el ingenioso Nick Bradshaw. Uno de esos dibujantes capaz de ofrecer mucho con poco, y que ha mostrado momentos de auténtico espectáculo. Aunque reconozco que si hay un dibujante que ha pasado por la nómina del Jean Grey que me emocione es Chris Bachalo. Cada vez que este señor agarra un lápiz, suena música. Así de claro. Sí, es mi dibujante favorito con crecer. Pero creo que no se ha notado mucho porque soy un profesional de objetividad irrompible (ejem, ejem).
Aaron recuerda con su tono desenfadado a, por ejemplo, aquella mítica Liga de la Justicia de Giffen y DeMatteis (salvando las distancias cósmicas entre una y otra en resultado e intenciones), una colección que mantiene un equilibrio perfecto entre la irreverencia y la emocionalidad. Aaron traduce esta difícil química en una etapa que lo ha consagrado como algo más que una promesa dentro de Marvel. Un valor seguro, con personalidad propia, capaz de ofrecer algo diferente a lo que se espera de un cómic mutante al uso. Ha conseguido que las aventuras de sus chicos sean emocionantes en todo momento. Tienes la sensación continua de que algo va a pasar, tanto si viajan al espacio o se enfrentan al Club Fuego Infernal, como si van a clase de química o al baile de graduación. Agradezco, como lector, esa sensación de querer más, de sentirse atrapado por un grupo de chicos y chicas tan vivo y orgánico que parece que los puedas encontrar a la salida de cualquier centro educativo. Por episodios tan brutales como el dedicado a la vida secreta de Doop (dibujado por Mike Allred; canela) que son de antología. Por todos esos pequeños y grandes detalles que hacen de Lobezno y la Patrulla X un tebeo especial.
Aaron abandona los pasillos infestados de Bamfs que el mismo ideo. Sus responsabilidades dentro de Marvel, cada vez más crecientes, han obligado a este gamberro a dejar atrás a su colección fetiche. Ha llegado el momento de decir adios y de ser agradecidos por todos los buenos ratos que nos ha hecho pasar. Ahora serán Jason Latour y el genial Mahmud Asrar los que tomen las riendas de la colección.
Atrás quedan estos 42 números (en su edición USA) que dentro de unos años serán recordados como clásicos e imprescindibles. Estoy seguro.