domingo, diciembre 29, 2024

Reseña de Valkiria

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Panini

Valkiria cartel

En esta era de redes sociales, donde todos nosotros compartimos una parte de nuestra vida en internet, se ha colado por esa rendija el fenómeno meme. No solo porque es difícil que no encontremos a alguien en nuestras noticias de Facebook que no comparta uno de ellos, sino que además, por alguna razón que se me escapa, parece que gozan de una alta credibilidad entre los usuarios de redes sociales. Sin que nadie compruebe en absoluto la veracidad de su contenido, cada meme espera pacientemente, agazapado, a su legión de fans que lo compartirán hasta la extenuación. Un subtipo del meme presuntamente informativo es el de las frases filosóficas con un toque de autoayuda casposa, que además suelen atribuirse a personajes conocidos de forma equivocada (Winston Churchil es un buen ejemplo). Parece que Bryan Singer debió leer el que reza “a veces hay que dar un paso atrás para dar dos pasos hacia delante” allá por el año 2007. Un año atrás, el director neoyorkino había estrenado Superman Returns, una gran producción con 200 millones de dólares de presupuesto, que pretendía ser la primera pieza del relanzamiento del kryptoniano en las salas de cine. El resultado fue ciertamente irregular, entregando una cinta aburrida y sin ritmo y con algún desliz en el guion —escrito por el mismo Singer con la ayuda de Dan Harris y Michael Dougherty— de esos que hacen pupa y lastran hasta el punto de que hace la película irrecuperable. Si bien no fue un desastre en taquilla (recaudó 391 millones de dólares), ni los resultados comerciales ni artísticos estuvieron a la altura, dejando de nuevo al Hombre del Mañana en el congelador, a la espera de que Nolan y Snyder lo llevaran a pastos más verdes. Tras el batacazo de Superman Returns, Singer se encargó de un nuevo proyecto, mucho más modesto (con 75 millones de presupuesto en esta ocasión) y con menor presión, una película ambientada en la II Guerra Mundial llamada Valkiria (Valkyrie, 2008).

Valkyrie 1 La cinta, protagonizada por Tom Cruise (que tampoco estaba pasando un buen momento en su carrera en 2008), se centra en la figura de Claus Von Stauffenberg, un oficial del ejercito alemán que junto a otros oficiales y políticos intentaría asesinar a Adolf Hitler, para dar un golpe de estado y hacerse con el control de la Alemania nazi. No es ningún secreto que el plan fracasará y es algo que el espectador con una mínima cultura sabe. No me cabe la menor duda de que puede plantearse ese desenlace previsible como un grave handicap para lo que quiere contarnos Singer, que reviste de thriller más que de documental o de pieza histórica la narración. Más aún si, como ya decíamos en la reseña sobre la música deX-Men: Días del futuro pasado, los trabajos del director de Verano de corrupción suelen adolecer de una notable falta de ritmo, normalmente achacable al deficiente montaje que suele brindarnos John Ottman, su editor/compositor habitual. Pero, sorprendentemente, Singer consigue en Valkiria imprimir a la narración un ritmo firme, incesante, con el que la trama apenas se detiene; todo ello, además, sin confusión para el espectador, que puede seguir perfectamente el desarrollo de los acontecimientos aunque no conozca muy bien a los personajes históricos.

Si no fuera por el clasicismo, pericia técnica y claridad con la que está rodada, Valkiria no parecería una película de  Bryan Singer. La apuesta por el desarrollo mínimo de los personajes (esbozados rápida y acertadamente) supone una decisión saludable para el film, dejando únicamente los momentos familiares de Stauffenberg como piezas sobrantes que estorban  made in Singer. Digo que estorban porque en la interpretación de Cruise, que está correcto como el mutilado coronel, no hay atisbo de empatía; más bien parece un androide ejecutando su plan que un hombre verdaderamente apasionado por su patria y su familia, tal y como en ocasiones pretende describirlo la película. Si elimináramos del metraje dichas escenas nos daríamos cuenta que el factor clave para que Stauffenberg nos caiga bien no reside en sus vínculos familiares sino en su integridad. Por tanto, podemos decir claramente que la película suple con oficio y tesón el hecho de que su final sea tan evidente, consiguiendo escalar el suspense durante el viaje. Para articular toda la historia, acompañan a Cruise secundarios de lujo, como Tom Wilkinson, Terence Stamp, Kenneth Branagh o un estupendo Bill Nighy. Es una pena que no tengan más minutos en pantalla, pero no se puede decir que estén desaprovechados, cumpliendo con eficacia su cometido y resultando imprescindibles para que Valkiria funcione como producto de suspense.  Eso sí, aunque no afecta a la calidad de la película, se podría haber intentado ser más original en cuanto a algunos secundarios, que ya hemos visto en otras películas ambientadas en la II Guerra Mundial. Así, tenemos a una desaprovechada Carice Van Houten, que ya habíamos visto en El libro negro (Zwartboek, Paul Verhoeven, 2006); a Christian Berkel, con importante papel en El hundimiento (Der Untergang, Oliver Hirschbiegel, 2004), aparición en la ya mencionada El libro negro y, aunque posterior a Valkiria, más recientemente en Malditos Bastardos (Inglourious Basterds, Quentin Tarantino, 2009) y al que probablemente ostentará el récord de apariciones en el cine como nazi, Thomas Kretschman. Pero, como digo, no es más que un detalle.

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En términos estrictos cinematográficos y teniendo en cuenta la relación expectativa/resultado, Valkiria es una de las mejores películas de Bryan Singer junto con Sospechosos habituales (The Usual Suspects, 1995), en especial, como decíamos, porque consigue sobreponerse al peso de la historia ya conocida. Incluso el normalmente desafortunado John Ottman se esmera con una edición ágil y limpia y con una música contenida, que no se recuerda melódicamente pero que acompaña siempre bien a lo que acontece en pantalla. También deja de lado la habitual pretenciosidad vacua del director, quedando relegada aquí a algunas frases pomposas con las que la película abre y cierra.

Valkiria es un buen producto de entretenimiento (que nadie dude que no tiene otra pretensión que esa, entretener), bien interpretado, correcto desde el punto de vista histórico y muy bueno técnicamente. Si el espectador está dispuesto a dejarse llevar y a no autorecordarse constantemente que sabe cómo acaba la película (nunca mejor dicho), puede disfrutar durante sus 121 minutos de duración, que no se hacen para nada pesados.

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