El libro que hoy traigo entre manos no hay que tomárselo en serio. Es como estar acostumbrado a grandes superproducciones cinematográficas y de repente encontrarte con una película de serie B o incluso serie Z. Si tuviéramos que juzgar todas las obras con el mismo rasero, la existencia misma de algo como la serie B dejaría de tener sentido. Lo mejor que se puede hacer, como espectador, es relajarse y disfrutar de una película que, de tan mala, acaba siendo buena. Eso, en resumidas cuentas, es lo que sucede con ‘Zombi d’Or’.
Empiezo la reseña con un símil cinematográfico precisamente por su autor, Fernando Polanco, cuya alma mater es la ESCAC (Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña). Su trasfondo como amante del cine y guionista se puede apreciar durante toda la obra, ya no solo por las constantes referencias a la cultura audiovisual, también por el modo en que está escrita la obra, que parece más un largo guion para monólogo que una novela. Tengamos en cuenta que se trata de una primera novela y que, por tanto, le falta mucho por pulir.
Laia (Leia mal escrito), la protagonista de nuestra obra, es una friki marginada en su instituto, enamorada en secreto del agresivo macho alfa ‘Kapo’, que lidera los ‘kanys’ de su clase. Este año, en vez de ir a Port Aventura como todos los grupos de adolescentes, la excursión de fin de curso la harán a ‘Bahía d’Or’, un ‘resort’ para abuelos decrépitos. Justo antes de llegar a su destino, el apocalipsis zombi estalla a su alrededor y se ven obligados a defenderse de hordas de zombis de la tercera edad que plagan ‘Bahía d’Or’.
La premisa realmente solo está ahí para dar lugar a situaciones cómicas y llenas de ‘gore’. El argumento cojea por todas partes y cualquier giro de trama que pudiera haber se intuye a la legua. Más que estar leyendo una historia, el lector pasa páginas de escena esperpéntica en escena esperpéntica. Está claro que se trata de una parodia casposa y cañí del género zombi, pero aun así la ejecución deja mucho que desear. A nivel de estilo, el lenguaje adolescente y el punto de vista en primera persona de Laia no son justificación suficiente para conversaciones inverosímiles o descripciones chapuceras. Se nota que no ha habido un repaso exhaustivo detrás.
Precisamente de Laia quería hablar un poco más. Como personaje principal y voz narrativa de la novela, debería resultar algo más convincente y no lo es. Todo aquello que le gusta es lo que le gustaría a un chico nacido en los ochenta, incluyendo cosas como el ‘Diablo II’, juego que dudo que conozca una sola niña de instituto de hoy en día. Una chica de unos 16 años, nacida en 1998, tiene unos referentes culturales totalmente diferentes a los de nuestra generación. Se nota claramente la auto-inserción del autor en este personaje, que resulta inverosímil tanto por edad como por sexo. No basta con añadir que le gusta Justin Bieber para hacer un personaje creíble. Mucho más fácil hubiera sido ambientar la obra a principios de la década pasada si se quería introducir toda una serie de referencias culturales que ya no encajan con la generación actual de niños de instituto.
Porque hay que decir que la novela está plagada de referencias culturales que todo lector nacido entre los 70 y los 80 será capaz de entender. Las más interesantes son las referencias al mundo cinematográfico, que aparecen constantemente, yo diría que cada 3 o 4 páginas. Guiños que, de no ser por lo burdo de su inclusión, resultarían en cierta complicidad con el lector. El problema es que, además de ser referencias de nivel muy básico, suelen estar ejecutadas con muy poca sutileza. Quizás, en vez de decir “me sentía como en -nombre de la película-“, alguna cita o referencia más sutil hubieran funcionado mejor. Eso por no hablar de errores como decir que “Umma” Thurman se batió en duelo con Lucy Liu en ‘Kill Bill: volumen 2’. También hay referencias a la actualidad política y social española, muy susceptibles de resultar caducas en muy poco tiempo.
A nivel de edición, el trabajo de Ediciones Kiwi es bastante bueno. 227 páginas con buen formato, letra grande, amplios márgenes y buena maquetación en el interior. Por fuera, ‘Zombi d’Or’ viene en rústica con buenas solapas. La ilustración de portada, de Miguel Roselló, junto con la tipografía del título y el diseño de la contraportada, da una buena pista de lo que nos encontraremos dentro: caspa española y zombis. A nivel de corrección, como ya decía, deja bastante que desear: ya no solo a nivel de estilo, también a nivel ortotipográfico.
En fin, como ya decía al empezar la reseña, estamos ante un libro de serie B, para bien y para mal. Si lo que buscáis es una lectura ligera de una tarde, con violencia, vísceras y chistes malos, ‘Zombi d’Or’ es un pasa-ratos decente. Si buscáis algo más allá de eso, no lo encontraréis aquí. Lo mejor que se puede hacer con ‘Zombi d’Or’ es tomárselo como la broma que es, disfrutarlo como esas películas que, de malas que son, al final nos parecen buenas.
[review]