Llega a nuestras pantallas la primera película, como director, de Alex Garland, interesante guionista de, entre otras, Dredd o 28 días después.
Con este bagaje, Ex Machina es esperada fervientemente por todos los que disfrutamos con el guión de la última versión del buen juez. En este caso, además de guionizar dirige, por lo que podíamos esperar una buena historia.
Ex Machina nos cuenta una historia de un futuro cercano donde un programador, Caleb, ha ganado un concurso para vivir una semana con el excéntrico millonario Nathan, creador del buscador más utilizado del mundo, y cuyo algoritmo creó con tan solo 13 años. Caleb, el protagonista, se introducirá en un mundo extraño y muy atractivo en el que irá conociendo tanto a su nueva creación, Ava, un maravilloso robot con forma humana, como a su creador, extraño y con ese punto entre la locura y la genialidad.
El tema, como vemos, no es nada nuevo: la interacción entre hombre y máquina y, como habréis adivinado, si el protagonista es hombre y el robot es máquina habrá cierto romance entre ellos. Desde el principio nos predisponen en contra del personaje de Nathan. Y, por si esto fuera poco, el ritmo es muy pausado y tranquilo. Pues, ante todo esto, la película es interesante.
Comencemos por el final. El ritmo es pausado, sí, pero no lento (hay una gran diferencia). Poco a poco se va creando una tensión que llega perfectamente al espectador y que hace que esa tensión, esa intranquilidad que vive el protagonista la sintamos nosotros mismos.
Pero la película (el guión, más exactamente) es muy tramposo. Ya hemos hablado de cómo casi desde el primer momento vemos a Nathan como alguien del que desconfiar (ayuda mucho la música, sutilmente al principio, induciéndonos ciertas emociones con el tema que suena cada vez que aparece este personaje). Ava, en cambio, está reflejada como un alma dulce, indefensa, un pequeño cachorrillo al que cuidar y del que te encariñas en seguida, gracias sobre todo a la genial interpretación de Alicia Vikander que, básicamente, se limita a actuar con su rostro, un rostro tierno y triste, contenido pero, a la vez, llevo de expresividad.
Mientras que Nathan es el macho alfa geek, dominante, dominador y arrogante, Caleb es el corderillo atemorizado y aislado en el reino de Nathan. Ambos son inteligentes, ambos tienen un interés (aunque diferente) por Ava. pero como no podía ser de otra manera, uno se impondrá sobre su enemigo. Nathan es una especie de doctor Moreau moderno, arrogante en su vasto e indudable conocimiento, que gobierna en su mundo con mano dura y sin piedad por sus criaturas (robots, al fin y al cabo). De hecho, desde el principio se compara a Nathan con un dios al ser capaz de crear vida, como el Dr. Moreau. Como en aquella historia, sus creaciones se levantarán en contra de su creador debido a su falta de empatía, a su incapacidad para entenderlas… que es, al fin y al cabo, la causa por la que ha llevado a Caleb.
Caleb debe ser el examinador externo: debe realizar el test de Touring (recordemos, Blade Runner) a la creación de Nathan, para determinar si su inteligencia artificial está preparada. Caleb cumple perfectamente su papel de chico listo, tímido y vulnerable.
Pero el corazón de la película es Ava, Alicia Vikander, que nos regala una actuación tranquila y serena, mezclando la citada expresividad en su rostro con expresiones mecánicas, dando como resultado una actuación fantástica pero algo perturbadora (como requiere el papel). Los orígenes de bailarina de la actriz son evidentes en la elegancia de sus movimientos, que son enriquecidos por los suaves zumbidos al moverse, con un gran diseño de su cuerpo, transparente en su mayor parte, y un cráneo luminoso (añadido en postproducción). Más que caminar parece que flota.
Elegancia es la palabra que define a Ex Machina. Con una asombrosa falta de efectos digitales, lo cual se agradece porque la historia no los necesita, el aspecto visual de esta película es limpio y casi minimalista, predominando paredes de cristal y colores planos, apagados. La tecnología se intuye más que verse, porque está incluida en todos los elementos y muebles.
Y, por fin, la interacción entre hombre y máquina y el consiguiente enamoramiento de uno de los dos o de ambos. El guión de Garland se centra no en la interacción con la máquina (una bella y elegante máquina), si no en la reacción de los humanos con ella. Nathan es el dueño, como hemos dicho, del mayor buscador por Internet y nos da varios ejemplos de cómo utilizar la miríada de datos que se obtiene de todas las búsquedas que realizamos los usuarios: a través de lo que buscamos se pueden conocer nuestros gustos en todos los aspectos e, incluso, predecir nuestras necesidades antes de que nosotros mismos lo sepamos. Y no estamos tan lejos de esa realidad, ni mucho menos.
También se vislumbra un momento apocalíptico del fin de la humanidad: “Algún día las Inteligencias Artificiales nos mirarán como a simios que caminaban erguidos” llega a decir Nathan. Todo, como decimos, encaminándonos de una forma tramposa hacia un final previsible y aburrido.
Porque este es el error de Ex Machina (y de muchas películas actuales). Tras un genial planteamiento, y un nudo más o menos interesante, llegamos a un desenlace que veíamos venir hacer tiempo pero que, además, comete el mayor error de todos, no terminar los planteamientos que ha ido dejándonos a lo largo de la historia: los robots como caros juguetes sexuales, la propia identidad (creando la duda de quién es más humano, si el hombre o el robot), etc.
Durante toda la trama podemos entrever ciertas preguntas filosóficas y psicológicas que no solo no se responden, si no que incluso se dejan de lado a favor de un final comercial, previsible y demasiado simplista. Todo lo bueno que iba mostrándonos el guión, se pierde con este final que nos deja con un agrio sabor de boca, con una sensación de que podíamos haber visto mucho más, pero que Garland no ha sabido ( o no se ha atrevido) a transmitirnos.
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