Normalmente no dejo mucho tiempo desde que termino la lectura de un cómic hasta que empiezo la reseña. Me gusta dar la opinión más o menos en caliente, que primen las primeras sensaciones mezclada con la reflexión de un par de horas de reposo. Con ‘Espacios en blanco’ he necesitado un paréntesis entre lectura y procesador de textos más largo de lo habitual. La obra de Miguel Francisco es de esas que no invitan en exclusiva a dar vueltas sobre lo que vemos en la viñeta. ‘Espacios en blanco’ obliga a pensar en cosas que van muy dentro de cada uno de nosotros, sobre nuestra propia vida. Hueco para meditar sobre legado que recibimos o dejaremos a la siguiente generación, Miguel Francisco se hace eco de las historias pequeñas, destinadas a desaparecer en el ruido, pero que son la memoria de tantos.
Sería muy fácil para mí dedicar un montón de párrafos a la alabanza de las virtudes narrativas de ‘Espacios en blanco’, que las tiene a toneladas. Daría fe con palabras rimbombantes sobre el fabuloso aspecto gráfico que luce el tomo publicado por Astiberri, y lo cierto es que es una delicia visual. Por supuesto que hablaré con detalle de estos aspectos, pero es que cuando un cómic me toca la fibra como el presentado por este autor, al final esas cosas quedan en segundo plano, por muy impresionantes que sean. Creo que ese era el auténtico objetivo de Francisco, las emociones al hacer nosotros, como lectores, el mismo ejercicio de mirada hacia dentro que él pone en práctica en sus viñetas. Eso sería ya de aplauso, porque la conexión es brutal, pero es que encima el tío te cuenta su historia de la mejor forma posible.
‘Espacios en blanco’ es una autobiografía. De las buenas. Esas en las que el autor no se esconde ninguna carta, y con honestidad casi hiriente desnuda su vida con todas las consecuencias. Es la historia de los huecos inexplicables, de todas esas cosas que se pierden en el paso del tiempo. Los misterios, los silencios, la narración perdida de unos tiempos mudos. En este viaje por la memoria, Miguel Francisco emprende la búsqueda del pasado de su abuelo, que durante años estuvo en Argentina, sin que nadie tuviese muy claro que hacía allí. Así mismo, ahonda en su niñez, en la relación con su padre, un hombre que intentaba vivir el presente. Las historias contadas por el padre durante la niñez empujan la curiosidad del protagonista, que pretende cerrar el círculo colocando las piezas que faltan en el rompecabezas del recuerdo.
Es la historia del propio Miguel Francisco, obligado al exilio por culpa de la crisis económica. Pasado y presente, grises y plomizos, se dan la mano en dos generaciones. Finlandia es el destino del protagonista, donde nos muestra pedazos de su vida, con intencionados huecos para no entorpecer el avance de la trama, pero presentados con habilidad por parte del guionista y dibujante para que el lector rellene esos premeditados espacios.
Los desencuentros con la vida nómada se mezclan con los ecos de la Guerra Civil, del hambre de la posguerra, del barro y la sangre de las trincheras, del horror de las represalias y las fosas comunes. De todo eso que pesa en la memoria de un hombre que prefería el silencio, porque el recuerdo era demasiado triste.
A pesar del dramatismo del tema elegido, ‘Espacios en blanco’ no es un relato sobre la guerra. Forma parte de la narración, pero es un episodio más, fragmento de un todo mucho más complejo, de resultado hermoso y contundente. El pasado y el presente se entrelazan en el protagonista, que al fin y al cabo busca un poco de si mismo en todos esos huecos. ‘Espacios en blanco’ hace honor a su título, a la esencia del viaje emprendido por Francisco por las voces de su propia familia. Una tarea nada sencilla, que puede resultar demoledora y desmitificadora, pero que el autor afronta con elegancia, respeto y cariño por los personajes extirpados de la vida real.
‘Espacios en blanco’ bebe del realismo crudo, de los detalles del día a día, lanzados sobre la viñeta con un detalle estremecedor. Paseamos por las calles de la urbanidad descrita por Miguel Francisco con si estuviésemos pateando las calles nosotros mismos. La ciudad está llena de vida, de gente, de personas anónimas que son algo más que adornos en la viñeta. Y ese uso del espacio se convierte en magistral cuando viajamos a la posguerra, en los días del abuelo del protagonista. Camina por calles vacías, con su soledad, con sus demonios, con el silencio sobre las espaldas. Las sensaciones que transmite ‘Espacios en blanco’, como decía, van más allá de las implicaciones de la trama. Es cada pequeño detalle el que da sentido a las intenciones de un artista que es claro ejemplo de meditada ejecución sobre la página.
La narrativa de Miguel Francisco es otro de los grandes aciertos de ‘Espacios en blanco’. Es increíble la cantidad de recursos visuales y de diseño que vemos en este volumen. Cada página es una demostración de ritmo, de elección perfecta de posicionamiento de las viñetas, de plasmar planos que conectan de manera orgánica con sentido casi cinematográfico de la acción. Y, a pesar de esas intenciones realistas en la obra, el autor se desmelena en ocasiones con la intrusión de elementos fantásticos, desbordando de sentido onírico algunos episodios demenciales pero llenos de intención, y que forman parte magistral de ese todo del que os hablaba hace unos párrafos. Del homenaje a su propia infancia con Mortadelos y Anacletos a la época de Facebook, Miguel Francisco se destaca como un observador excepcional de la realidad, y por lo tanto, conoce los mecanismos para escapar de ella en una narración.
El trazo de este autor es de una personalidad apabullante. Los personajes hablan más allá de los bocadillos. Las expresiones, el lenguaje corporal, el espacio que ocupan en los fantásticos espacios producidos por Francisco dotan de auténtica energía el aspecto visual de ‘Espacios en blanco’. En ese aspecto, he de confesar que es uno de los tebeos que más me ha impresionado en los últimos meses, por la limpieza en las formas, por el increíble acabado, por la inteligente mezcla entre lo artesanal y lo digital.
Todos somos historias. Más emocionantes unas que otras, claro está. Pero la inmensa mayoría de nosotros veremos como nuestra colección de momentos caerán en el pozo del olvido, y nuestra huella en el mundo será casi irreconocible. Miguel Francisco es un privilegiado. Tiene el talento, los recursos y el arrojo para que sus historias permanezcan. La suya y la de esos personajes que él rinde homenaje, que fueron esclavos del silencio de una época negra, y que merecen que la memoria recobre sus voces acalladas. Que las generaciones que vengan recuerden. Ha conseguido todo esto con una obra melancólica, honesta, vibrante y viva. Así que esas voces, y nosotros, los lectores, no podemos más que agradecer su valentía.
‘Espacios en blanco’ llega a nuestras librerías de la mano de Astiberri. Como suele ser habitual, la edición es una auténtica demostración de respeto a la obra y al autor, y encontramos 128 páginas a todo color. Al final del tomo, encontramos un escrito del propio Miguel Francisco en el que habla del proceso de creación, acompañado por fotografías que sirvieron de referencia visual. Esta maravilla te espera en tu librería favorita por 16 euros.
Miguel Francisco
Empezó su carrera en el mundo del cómic muy joven, en la editorial Bruguera, a mediados de los 80. Tras el cierre de la editorial, dibuja para diversos sellos hasta que decide dedicar sus esfuerzos al mundo de la publicidad y el diseño. El siguiente salto profesional en la carrera de Miguel Francisco le lleva al campo de la animación, oficio que le lleva a afincarse en Dinamarca. Tras trabajar para diversos estudios, recala en Finlandia como diseñador de personajes de la compañía de videojuegos Rovio, en la cual diseña la mayoría de personajes del popular ‘Angry Birds’. En la actualidad sigue inmerso en el mundo del diseño de videojuegos, aunque, para suerte de los lectores, ‘Espacios en blanco’ significa su regreso a las viñetas.
[note]Espacios en blanco es una historia autobiográfica sobre silencios transmitidos de generación en generación. Sobre silencios que cuentan historias. Miguel, como tantos otros al empezar la crisis en España, decide emigrar y parte a Finlandia para trabajar en una empresa de videojuegos. Los recuerdos de su infancia, las historias sobre la guerra y la posguerra que su padre le contó durante toda su vida y los silencios intercalados entre ellas se hacen más presentes en la distancia, y le obligan a plantearse cómo poder transmitirle todas esas pequeñas historias a su hijo. Cómo continuar con la tradición oral y cómo llenar todos esos espacios en blanco para que la memoria individual y colectiva no desaparezca. Tal y como subraya el maestro Josep Maria Beà en el prólogo, la importancia de “la memoria como herramienta esencial que evitará que según qué pasajes de la historia se repitan”.[/note]