Sería, quizá, demasiado rotundo empezar esta reseña clamando a los cuatro vientos que H.P Lovecraft es el mejor escritor de terror del siglo XX. Me voy a evitar, pues, la proclama de fan irredento, pero lo que sí puedo decir sin temor a equivocarme es que el de Providence sí se puede considerar el autor del género con mayor influencia en el horror actual. Su idea de miedos existenciales en los que el ser humano queda reducido a una temblorosa anécdota cósmica en un universo enorme, abismal y amenazante ha aderezado gran parte de los relatos de esta clase de ficción desde la publicación de sus cuentos alrededor de los mitos de Cthulhu, hace ya muchos años.
En lo personal, Lovecraft fue la puerta de entrada a otros mundos en mi primera adolescencia. Dio gasolina a mi gusto por lo extraño, lo imposible y lo temible, despertando mi pasión por los relatos fantásticos. Como a mí, ha significado algo importante en la evolución creativa de muchos lectores, incluyendo un buen número de autores que, con el tiempo, han podido dar su propia visión del tenebroso cosmos del autor norteamericano. Entre otros iluminados por la oscura leyenda de los primigenios, Alberto Breccia, maestro de maestros al que hoy dedicamos estas palabras.
Si hoy toca hablar de mitos, qué duda cabe de que Breccia lo es, y escrito con letras de oro, del cómic sudamericano. La influencia de su trabajo a nivel mundial es incuestionable, puesto que muy pocos han logrado tanto personalidad y domino del blanco y negro en todo su esplendor. Los matices, los juegos de luces y sombras, el goce estético que producen sus obras dota al cómic de indiscutible muestra de arte, para dolor de algunos críticos trasnochados que todavía no entienden el poder de este medio.
En la década de los 70 Breccia buscaba la forma de experimentar sobre su arte con nuevas técnicas e influencias. Tras algunos proyectos frustrados el genial dibujante encontró en Lovecraft el motivo para esa búsqueda incesante de riesgo y experimentación. El bestiario ideado por el de Providence invitaba a la sugerencia, a la experiencia onírica, trascendiendo la forma, la figura, lo obvio de nuestro mundo cercano. Lovecraft invita a rasgar el velo, a mirar al abismo deforme e imposible que trastoca la mente de las víctimas de lo inexplicable, y empuja a un universo con reglas muy distintas a las convicciones racionales.
En la aventura de trasladar a imágenes las historias de Lovecraft, Breccia contó con la colaboración del poeta Norberto Buscaglia, que hace todo un alarde de contención a la hora de adaptar los textos del maestro del horror. Las páginas de estos ‘Mitos de Cthulhu’ están plagadas de texto, que capta la esencia de la prosa del de Providence paro teniendo en cuenta el protagonismo de la imagen, del poderoso despliegue de Breccia como gran reclamo de la adaptación. Aún así, el tono de los relatos está extirpado a conciencia del estilo Lovecraft, y pocos diálogos vamos a ver sobre la viñeta. El eficaz aspecto epistolar de los cuentos originales se adapta sin remilgos a las intenciones de Breccia, que una ve solventado el asunto literario se lanza sin red a los dominios del universo oculto, plagado de horrores sin forma y ritos perdidos en el polvo del tiempo.
Breccia acepta un reto que se ha llevado por delante a no pocos valientes. La mitología de Lovecraft es complicada en extremo a la hora de llevar el horror a imagen. De hecho, las adaptaciones de la obra del escritor en medios ajenos al literario son, generalmente, poco consideradas por esa imposibilidad de jugar con lo ambiguo del horror que no se puede mostrar de manera explícita. Breccia, sin embargo, sale airoso del desafió, y ofrece una experiencia visual hermosa, sublime, atroz (en el mejor sentido de la palabra), sensorial e hipnótica, que se encuentra entre las mejores traslaciones a imágenes de la obra de Lovecraft.
Pocos autores hay en la historia del cómic que manejen el blanco y negro como Breccia. Quizá sea, junto con Alex Toth, el gran maestro de los claroscuros, los contrastes y juegos de sombras, de la plasticidad de las formas y anatomías, un universo personal en crepúsculo constante. En ‘Los mitos de Cthulhu’ da vueltas sobres su modo de entender el arte, investiga sobra las posibilidades de la técnica, y utiliza influencias que van desde los tenebristas, al realismo sin concesiones, las pinturas negras de Goya, la ruptura de la forma de Picasso, o las innovaciones visuales de los expresionistas.
En la mayoría de los relatos de ‘Los mitos de Cthulhu’, encontramos un patrón similar. El comienzo se aferra al realismo exquisito, con gran profusión de detalles. Según avanza el relato, y con él, un viaje a la locura, esos detalles se difuminan, y comienza a hacerse dueño de la página el horror informa, fantasmas grotescos de tinta extirpados de pesadillas olvidadas. La sensación de senda hacia el horror produce el hipnótico placer de lo sublime, dejando parte de la construcción de la imagen al propio lector, preso del efecto que el propio Lovecraft imprime en sus relatos.
Cada cuento es excusa para Breccia en la búsqueda de nuevos envites estéticos, alejándose en cada página de cualquier atisbo de contacto con la realidad. Los símbolos, las figuras, las viejas ruinas, las ciudades al borde de acantilados golpeados por negras olas, se funden en una especie de plasma primordial de locura gráfica. Si en los primeros pasos de estos ‘Mitos de Cthulhu’ Breccia avisa de sus intenciones, en los últimos envites de la obra abraza sin miramientos la pesadilla. Especial atención a ‘El morador de la tinieblas’, último cuento de esta antología, donde el genial dibujante de Montevideo despliega un vistoso juego visual que recuerda a la fastuosa fantasmagoría de ‘El gabinete del doctor Caligari’, inmortal película de Robert Wiene, referencia 100 años después de su producción.
También hay que hacer mención a ‘El color que cayó del cielo’, cuento donde la luminosidad siniestra es dueña de la narración. Con la ausencia de, precisamente, color, Breccia nos sumerge en esta alucinación en blanco y negro sin perder un ápice de poder evocador.
Fotografías reales incrustadas entre el delirante dibujo, degradados de melancólica hermosura, collage que invitan a viajar a otros mundos ocultos… El trazo maestro de Breccia gana enteros en esta obra en la que se respira libertad creativa. Astiberri, como siempre, se encarga de que el continente esté a la altura del contenido, y edita otro de esos tomos que querrás tener en un lugar visible de la biblioteca.
Breccia deja para el recuerdo este regalo para los fans de Lovecraft, del cómic, del arte en todas sus facetas, gracias a la siniestra sensibilidad con la que afronta el desquiciante universo lovecraftiano. Será difícil que apartes la mirada de alguna de estas maravillosas viñetas, cortantes como afilada pesadilla, recuerdo constante del vacío, de la nada que esconde horrores llegados de las estrellas, personificados en la alucinada forma del gran Cthulhu. El misterio permanece dormido en la inmensa ciudad submarina de R´lyeh, esperando el momento de retornar y subyugar a la raza humana con terrores indecibles.
Astiberri, con su contrastada elegancia a la hora de editar, recupera este clásico de la viñeta para el disfrute de los lectores más de 40 años después de su publicación original. Magnífico ejemplo de las posibilidades del arte del cómic en blanco y negro, ‘Los mitos de Cthulhu’ son 128 páginas de puro deleite visual. Un tomo que, seguramente, encontrará un lugar destacado en tu librería, a un precio más que competitivo, unos 20 euros, que encontrarás en tu librería favorita.
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La adaptación de Los mitos de Cthulhu, de H. P. Lovecraft, que realizaron Alberto Breccia y Norberto Buscaglia, publicada por primera vez en 1974, está considerada como una de las grandes obras maestras de la historieta. Ya cuando se lanzó, el talento de Breccia había sorprendido a los aficionados, fascinados por su excelente trabajo y su capacidad para dar vida al ominoso mundo del escritor.
Esta edición está hecha a partir de los dibujos originales de Breccia dándole todo el peso a su dominio gráfico, especialmente a sus sutiles negros y blancos. Las visiones de Lovecraft ya constituían, en sí mismas, un perturbador viaje al sueño y la pesadilla por la mera fuerza de las palabras. Breccia agrega el poder de su trazo. Sus degradados, su mezcla de varias técnicas como el collage o la inserción de fotografías reelaboradas llevan al lector a revivir las opresivas atmósferas de Lovecraft y la inquietante fuerza que desprenden.
Alberto Breccia aseguraba haberse dado cuenta muy pronto “de que el lenguaje tradicional de cómic no podía representar satisfactoriamente el universo de Lovecraft, de manera que empecé a experimentar con nuevas técnicas, como el monotipo o el collage” destacando que “estos monstruos informes, semejantes a los que había dibujado en El Eternauta, están hechos así porque no quería ofrecer al lector únicamente mi propia visión: también quería que cada lector añadiese algo suyo, que utilizara la base que yo le proporcionaba para vestirla de sus propios temores, de su propio miedo”[/note]
Alberto Breccia
Nació en Montevideo (Uruguay) en 1919. Cuando sólo contaba tres años su familia se trasladó a Argentina. Inició su carrera como historietista a los 19 años en una revista de barrio llamada Acento. Su trabajo empieza a ser reconocido a partir de Vito Nervio, que dibujó desde 1947 a 1959.
A finales de la década de los 50 conoció al guionista Héctor G. Oesterheld, con el que realizaría algunas de sus obras más significativas como Sherlock Time, Mort Cinder (Astiberri, 2017), Vida del Che Guevara (dibujada al alimón con su hijo Enrique) y una nueva versión de El Eternauta.
En 1973, con textos del poeta Norberto Buscaglia, realiza una adaptación de Los mitos de Cthulhu, de H. P. Lovecraft. Con el guionista Carlos Trillo colabora en la realización de Un tal Daneri y de Buscavidas.
En 1983 comienza la realización de Perramus (001 Ediciones), con guiones de Juan Sasturain. Además de las adaptaciones de relatos de Edgar Allan Poe, en sus últimos años adapta relatos de escritores como Borges, García Márquez y otros. Informe sobre ciegos (Astiberri, 2011), adaptación de un fragmento de la novela de Ernesto Sabato Sobre héroes y tumbas, sería una de sus últimas obras. Breccia falleció en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1993.