Me ha gustado especialmente que los guionistas y showrunners de la serie (Greg Berlanti, Todd Helbing, Brent Fletcher, Katie Aldrin, Jai Jamison y Andrew Wong) no hayan tirado por la vía fácil. Y me explico. Jordan, harto del bullying de que es víctima desde que besó a Sarah, decide enfrentarse a los matones del instituto. Y lo hace aprovechándose de sus habilidades incipientes: se apunta al equipo de fútbol.
Efectivamente, el “canijo” como le llaman, resulta ser una estrella (debido a su fuerza aumentada). Por supuesto, esto no le gusta a su hermano Jonathan quien, recordemos, siempre ha destacado en este deporte y ahora, por culpa de su hermano, se ve relegado a un segundo puesto. Además, Jordan parece que quiere hacer las paces con el novio de Sarah (ahora exnovio, por cierto). Es decir, el hermano pequeño está consiguiendo todo lo que soñaba el mayor: ser admirado en el campo y tener amigos entre sus compañeros deportistas. Aunque Clark no consiente que Jordan juegue contra otros debido a que puede perder el control de su poder.
Lo novedoso y, por tanto, agradable de este caso es que entonces la trama va por donde menos esperamos: los hermanos no se pelean ni se guardan rencor. Es más, es precisamente Jonathan quien convence a su padre de que deje a Jordan jugar en el equipo. La buena relación de los hermanos continua a pesar de que ambos quieren lo mismo: algo que les haga especiales. Mucho me temo que, más pronto que tarde, Jonathan sienta algo de envidia por su hermano y no sepa canalizar bien este sentimiento.
