Bill Sienkiewicz construye un universo visual propio a partir de Moby Dick, la novela de Melville
No creo que sorprenda a nadie si comienzo esta reseña afirmando que Moby Dick es una de las cumbres de la literatura universal. La monumental novela de Herman Melville supone un fabuloso viaje no solo a través del mar; también lo es hacia las profundidades del alma humana como pocas veces se ha relatado. Tanto es así que no es raro que numerosos artistas de diferentes medios encuentren inspiración en el descenso a los infiernos acuáticos de la tripulación del Pequod. Bill Sienkiewicz, leyenda del cómic, es de esos creadores que se han sumergido en la complicada experiencia de reimaginar el viaje de Ismael con su propia visión artística.
El resultado de este encuentro entre lo literario y lo visual es apabullante; Sienkiewicz ha construido una obra maestra sobre otra obra maestra, algo realmente complicado cuando se adapta algo tan complejo y rico como es el texto de Melville. El reconocido dibujante esquiva el naufragio y derrota a su propia ballena blanca, tras años enfrascado en este proyecto.
A la búsqueda de Moby Dick
Este Moby Dick se edita originalmente en los años 90, hace tres décadas ya. En ese momento, Sienkiewicz está más que consagrado entre los lectores de cómic. Su estilo, caracterizado por la constante experimentación y búsqueda de la excelencia, estaba en su plenitud, en una etapa en la que la audacia, la experiencia y la madurez dotaban al autor de una visión extraordinaria. Por eso se embarca en este proyecto tan personal, en el que plasma con rotundidad el mundo que se venía atisbando en sus anteriores obras. Oscuro, labreríntico, neblinoso y dotado de gran expresividad, la simbología y las sensaciones conforman un cosmos tan hermoso como desesperado, representación gráfica del camino de obsesión y locura de Ahab.
La espectacular adaptación de la obra Moby Dick de Bill Sienkiewicz
De todos es sabido el periplo en el que se embarca el joven Ismael, flemático narrador de la terrible odisea del Pequod. Escapando de la tristeza y la melancolía de la vida en tierra, se embarca en el Pequod, barco ballenero, capitaneado por el furibundo capitán Ahab. Melville construye casi una mitología alrededor de la insana búsqueda de la ballena blanca, gracias a la pléyade de personajes y situaciones, confrontando tonos, de la erudición al humor, condensados en el drama humano, que forma parte del imaginario colectivo.
Sienkiewick, para su versión del clásico, se encarga de extraer imágenes de enorme potencial onírico, consciente del entorno casi demoníaco que Ahab invoca entre la tripulación del Pequod. La caza de la ballena, que bordea lo mísitico, el aire de cruzada demente, es transformada por Sienkiewicz en belleza hipnótica, en formas humanas que rozan lo deforme en su locura, en ensoñaciones que rompen las normas de la narración, de la viñeta, del propio sentido de la estética. Terrible y sublime en cada trazo de un artista en estado de gracia tras su propio Moby Dick: la transformación del universo de Melville en el suyo propio.
La página se rompe en esta tormenta perfecta visual y sensorial. Los colores se transforman en expresión de las emociones al límite de los tripulantes del condenado navío, los rostros se deforman y difuminan, señal de que al perseguir un monstruo es muy sencilla la caída en el abismo. Monstruos todos ellos, alimentados por las llamas de la pasional locura del enajenado Ahab.
Sienkiewickz rompe con las reglas del realismo y nos lanza a un cosmos mágico y fronterizo, pesadillesco y alucinatorio, un mal viaje de psicodelia tenebrosa en el que oiremos el rugir de las olas, el hedor del salitre inundará nuestras fosas nasales y el plomizo peso de la calma marítima pondrá nuestros nervios en el filo. Así de potente es este acercamiento visual y rompedor a Moby Dick, tan cercano a la original como valiente en sus planteamientos plásticos.
El texto original de Melville es una experiencia densa y mutante, que varía del relato puro de aventuras a la introspección filosófica, pasando por un pormenorizado acercamiento a la caza de la ballena que roza lo técnico. Es evidente que Sienkiewicz, para su Moby Dick, debe separar tonos e intenciones, y se decide por los pasajes más conocidos de la obra.
El resumen de cientos de páginas en apenas unas decenas es una tarea hercúlea, difícil equilibrio entre el respeto a la esencia de la fuente y las necesidades de la narrativa visual y la experiencia lectora. Aún así, el autor no renuncia a las complejidades de la novela, y las páginas rebosantes de belleza no se quedan cortas en el apoyo literario, con la voz de Ismael como gran maestro de ceremonias de su particular odisea hacia el horror.
Moby Dick de Bill Sienkiewicz es publicado por Astiberri
Para variar, Astiberri nos regala uno de sus habituales ejercicios de estilo y elegancia en la edición de ‘Moby Dick’. El volumen es sencillo y sin grandes fastos, pero da protagonismo absoluto a la obra en un perfecto equilibrio entre contenido y continente. La intuición que tienen en esta editorial para la elección siempre correcta de formatos es un auténtico ejemplo de buen hacer.
En esta obra se unen dos de mis pasiones personales: Moby Dick y el cómic. Hace ya unos años, en esta misma web, os hablaba de la importancia de la novela de Melville en mi bagaje personal, cuando comentaba otra magnífica adaptación a lo visual de este monumento literario (que puedes leer aquí). En este caso, añadimos las intenciones de uno de mis dibujantes favoritos de todos los tiempos, y se cierra el círculo. ‘Moby Dick’ en manos de Sienkiewicz alcanza cotas de belleza difíciles de trasladar en palabras. La épica y el horror de la travesía del Pequod pocas veces se ha captado con tanta personalidad.
Imprescindible.