Radagast apenas tuvo presencia en El señor de los anillos, pero su pequeño papel fue clave para que el plan de Saruman tuviera éxito
Cuando pensamos en magos de El señor de los anillos, es posible que a la mente nos vienen dos nombres, Gandalf el Gris y Saruman el Blanco (o el Multicolor, pues así se empezó a llamar a sí mismo). Estos dos personajes son los magos más famosos de la obra de J.R.R. Tolkien, los cuales forman parte de la Orden de los Istari junto con otros tres magos, los dos Magos Azules, Alatar y Pallando y Radagast el Pardo.
Sobre los llamados Magos Azules, Alatar y Pallando, apenas hay información, solo se sabe que cuando llegaron a la Tierra Media, estos se fueron a las tierras del este y nunca más se supo sobre ellos. Sin embargo, Radagast el Pardo sí que ha sido más mencionado en los libros de J.R.R. Tolkien, aunque no demasiada comparando con la que tuvieron Gandalf y Saruman. A pesar de su poca presencia, tuvo un papel clave en la novela de La comunidad del anillo, cuando Saruman aprovechó su amistad para intentar capturar a uno de los mayores enemigos de su nuevo amo, Sauron.
El mago pardo es descrito como una persona con un alma muy bondadosa, es alguien que prefiere pasar tiempo en la naturaleza y con animales antes que con las personas. El director Peter Jackson representó al personaje en su trilogía cinematográfica de El Hobbit de forma exagerada, pero acertó bastante mostrando su amor por la naturaleza y su sentido de la obligación de protegerla. Esta personalidad contrasta bastante con la mostrada por el líder de la orden, por eso es tan susceptible a las mentiras y engaños de su compañero.
Radagast engañó a Gandalf accidentalmente
En la novela de La comunidad del anillo, cuando Gandalf llega a Rivendel para él para el Concilio de Elrond, explico la razón por la que había estado desaparecido tanto tiempo. El mago revela que el líder de la orden de los Istari, Saruman, se ha aliado con las fuerzas del mal y jurado lealtad al Señor Oscuro Sauron. Gandalf explica que estuvo encerrado en la torre de Isengard por culpa de su amigo caído, pero menciona que fue Radagast el Pardo quien lo envió allí, sin saber los malvados planes que su líder había estado preparando.
Unos meses antes de que Frodo y Sam partieran de la Comarca, Saruman el Blanco, encontró a Radagast el Pardo y le pidió ayuda, pues le dijo que necesitaba hablar con Gandalf, pues supuestamente necesitaba su ayuda para luchar contra Sauron. Utilizando sus pájaros, el mago amante de la naturaleza buscó a Gandalf por todo el norte de la Tierra Media.
El Istar estuvo buscando a su amigo durante meses hasta que lo encontró en Bree. Después de intercambiar información sobre los Nazgûl que deambulaban por la zona, envió al mago gris de camino a Isengard, junto con varios pájaros, para informar de las noticias sobre la guerra. Los dos partieron por sus respectivos caminos, pero Radagast, sin saberlo, había enviado a su amigo a una trampa.
Por suerte, el mago pardo envió una águila gigante a Isengard, momento que Gandalf aprovechó para huir montado en la criatura alada. Tras el rescate, es probable que el águila regresara a la ubicación de Radagast e informará de la traición de su líder, causando un gran sentimiento de culpa en el propio mago.
Después de este incidente, el mago pardo nunca es visto o mencionado durante el resto de la historia descrito por J.R.R. Tolkien, y sus acciones después de la guerra son completamente desconocidas. Es posible que al enterarse de que ayudó accidentalmente a Saruman, Radagast pensara que era mejor mantenerse al margen de todo. Ni siquiera hay información de lo que le ocurrió tras la destrucción del Anillo Único.
Además, tanto si ayudaba a luchar en la guerra como si no, al final tendría que abandonar la Tierra Media con los elfos. Los magos fueron enviados a la Tierra Media para ayudar a los pueblos libres en su guerra contra el Señor Oscuro Sauron, por lo que, una vez completado, su tiempo había llegado a su fin. Podía optar por quedarse con sus bosques y animales si lo deseaba, pero sus poderes disminuirían con el tiempo, y sucumbiría al mismo destino que todos los hombres, la muerte.