Scrooge: un cuento de Navidad, pieza que supo ser fiel a su material, a la vez que explotaba en originalidad, con música y luz a todo esplendor
Canción de Navidad es de esas historias infaltables durante diciembre. Escrita en 1843 por el autor británico, Charles Dickens, en un periodo de crisis que demandaba rápido un éxito.
La historia ya es conocida: Scrooge, un avaro prestamista es visitado por el alma de su antiguo socio, Jacob Marley, y antes de acabar la noche deberá verse con otros tres espíritus. Dicha premisa está tan inserta en la cultura popular que una infinidad de obras la han replicado: Mickey Mouse, los Muppets, el Pato Lucas, hasta Cara Fea de Todos los perros se van al cielo (1989). ¿Pero qué hace tan especial a la adaptación traída por Netflix? Vamos a averiguarlo.
La fuerza de Scrooge: un cuento de Navidad propuesta por Netflix
Algo que Netflix hizo llamativo de esta versión va de la variada composición de colores, en contraste de las sombras y fríos azules de la Londres invernal. Esto, más específico, resalta en Scrooge, cuyo resentimiento lo cubre de sombras, alejándolo del colorido que traen los villancicos y los festejos.
La composición de colores toma un rol tan importante que, por medio de esta, se comunica la transición de su protagonista. Los más importantes son los cuadros cubiertos de verde, señal de que tiene una lección que aprender; el azul, reflejo de su tristeza; el morado, representación de sus sueños y deseos más profundos; y el amarillo, para los momentos de mayor dinamismos.
Y hablando del azul, ¿qué fue eso de relacionar a Marley con el hielo? Nunca en las adaptaciones de este clásico se había apostado tan fuerte con este personaje; ni siquiera Tim Burton, aunque se entiende que su adaptación trató de ser lo más similar al cuento de Dickens. La imagen habla por sí sola.
Lo más alucinante de esa reinterpretación, además de las picas congeladas emergiendo de la chimenea (símbolo de agresividad), fue el par de monedas de oro que Marley tenía en lugar de ojos. Nada sutil indicio de que la avaricia lo cegó por completo. Además, que esté muerto juega con el mito griego de las monedas que pagan el pasaje al Inframundo, a pesar de que Hollywood tiende a exponer mal ese relato. Las monedas no iban en los ojos, sino en la lengua; pero bueno, detalles.
Del mismo modo, la influencia griega en esta adaptación se siente más directa que de costumbre, lo cual vuelve al filme más llamativo. Se sabe que el Espíritu de la Navidad Presente es Baco, o Dionisio, pero volver al del pasado una mujer portadora del fuego no podría ser más digno de Hestia. Sí, el avatar de esta criatura es la antigua novia de Scrooge, pero no deja de emitir esa vibra de esta vivaz diosa del hogar y de la hoguera.
La composición musical de su narración
La historia de Scrooge, como se ha dicho, se ha contado de diversas formas y con diferentes personajes. Cada una tiene ese sello que lo distingue, y en esta versión es su potente galería musical; énfasis en la mente de sus personajes sin la necesidad de forzar situaciones.
Las tres más potentes vienen, primero, del monólogo de Scrooge sobre por qué ha de sufrir mientras todos los demás son felices. Luego se encuentra la confesión de su antigua novia, retratada en un ambiente surreal lleno de nubes, así como en un suelo de vidrio, indicio de un eventual colapso.
Por cierto, de aquel segmento se aprecia cómo las memorias se intercalan por medio de cuadros emergentes; roturas en el espacio que reflejan un paralelo con la situación expuesta. Esto es a lo que los griegos solían llamar Kairos, el tiempo como eventos que van y vienen, repitiéndose y reviviendo, incluso si no se quieren recordar.
Ahora, pasando a la tercera canción clave, se ha de reconocer que dicho segmento es una broma demasiado cruel. La escena en cuestión pone a los principales deudores de Scrooge a celebrar por algo que este les otorgó. El susodicho cree haber hecho algo bueno y se une al goce, sin darse cuenta que todos los presentes solo marchan y vitorean su propia muerte. Más infelices, imposible.
A esto se suma la forma en que a la canción le sigue el descubrimiento de la verdad. Y vaya que los animadores se hicieron destacar. Son de los primeros en poner a Scrooge contra su propia condena, un espíritu encadenado a su oro, con monedas en vez de ojos, solo para volverlo su propio reflejo y arrolarlo a su ataud entre los ecos del Kairos, recordando sus vivencias.
En el cuento original, el prestamista se lanza a los pies del tercer espíritu y suplica por una oportunidad, pero algo que siempre le dará ese toque es el cuadro de la tumba abierta. Es un, aparentemente, cierre abrupto y una conclusión más que lógica; pero se consagra con ese plot twist en que vuelve a su cuarto y en verdad tiene esta nueva oportunidad. Sí, el objetivo es el mismo, pero no sería igual sin todo ese dramatismo.
Y esto es lo mejor tras Scrooge: un cuento de Navidad, pieza que supo ser fiel a su material, a la vez que explotaba en originalidad, con música y luz a todo esplendor. Sus predecesoras no podrían estar más orgullosas.