El Padre Daniel Leone no hubiese creído jamás que el día menos pensado, Superman le confesaría su mayor pecado
(Superman #204 USA: For Tomorrow. Part one (Por el Mañana. Primera parte) – Guion de Brian Azzarello / Dibujo de Jim Lee)
Cuando en diciembre de 2002 DC Comics tiró la casa por la ventana al publicar en Batman #608 la primera parte de Batman: Hush (Batman: Silencio) con guion del premiado y versátil Jeph Loeb y lápices del espectacular dibujante e imán de ventas Jim Lee, nadie podría haber imaginado que dos años después, en 2004, la editorial iba a lanzarse sin red y con toda la osadía imaginable a repetir la jugada y subir las apuestas con el personaje por antonomasia del cómic de superhéroes: El mismísimo Superman.
Si para repetir el éxito estaba clarísimo que Jim Lee iba a ser la cara visible de la propuesta, el golpe de efecto iba a ser nada más y nada menos que el guionista: Brian Azzarello. Sí, el mismo Brian Azzarello conocido más por su obra de culto y género negro 100 Bullets (100 Balas) de la línea Vertigo de DC, que por una natural aproximación a los superhéroes.
De hecho, como se cuenta en el prólogo a los distintos recopilatorios de la estancia de ambos autores en la serie, ni siquiera el propio Azzarello entendía muy bien por qué le habían encargado semejante gesta. Aunque seguramente aceptó por eso mismo y con el fin de sacar partido a sus hablidades creativas y plasmarlas sobre el icono del cómic más importante del siglo XX.
Sea como sea, solo hablaremos del primer episodio de doce de “For Tomorrow” (Por el Mañana) : La saga que firmaron dibujante y guionista en las páginas de la serie regular de Superman y que tuvo una recepción un poco polarizada al no transitar lo que ocurría en la propia historia ni por terrenos conocidos, ni narrativa convencional. Siendo todavía hoy un ejemplo de cómo hacer que las cosas sean distintas e interesantes sin olvidar nunca el material original del que se parte.
¿Y cómo lo lograron? Partiendo, literalmente, de lo que podría ser el inicio de un chiste: “Superman entra volando en una iglesia y dice…“. Pero mejor empecemos por el principio del episodio propiamente dicho.
Lupé Leocadio y Daniel Leone, dos secundarios de auténtica excepción
La historia nos situa -sin que lo podamos saber hasta una releectura posterior con los eventos trascendentales y los temas que se desarrollarán más adelante habiendo ocurrido ya- en una iglesia donde el Padre Daniel Leone (co-protagonista de la historia) y la Teniente Lupé Teresa Leocadio-Escudero (que en ese momento estaba apareciendo en la páginas de la colección vecina, Action Comics) , entablando una conversación donde primero se infiere que ambos mantuvieron una relación algo más íntima que su actual amistad y luego, se nos habla de algo ocurrido en todo el mundo que incluso ha hecho que la propia fe del sacerdote se vea puesta a prueba como nunca antes.
No es hasta que Lupé se despide del Padre Leone cuando averiguamos que este está gravemente enfermo…y cuando un glorioso Superman hace su aparición flotando en el interior de la iglesia.
Superman en toda su majestuosidad
Lo que sigue a continuación es un diálogo entre Superman y el Padre Leone tan ágil y profundo como plagado de dobles sentidos y que, básicamente, sirve para que ambos se tomen la medida ética el uno al otro y nosotros como lectores, nos hagamos una miríada de preguntas filosóficas sobre humanidad, sobrehumanidad y el profundo significado de qué es la fe para las personas.
Todo esto intercalado con escenas de acción (el día a día del kryptoniano) a modo de flashbacks que sirven como palpable metáfora de lo que la conversación nos quiere transmitir.
Un día en su vida
También -destinado todo ello a la mencionada releectura– se nos van aportando pistas de qué ha ocurrido a escala planetaria y por qué el mayor héroe de todos los tiempos siente una culpa y responsabilidad poco comunes en alguien como él.
Terminando el inusual e inesperado episodio con la confesión del mayor pecado de Superman al final del mismo: “Mi mayor pecado…fue salvar el mundo“. Después, apesadumbrado por sus herméticos actos (que tardarían en revelarse en entregas posteriores) se marcha del lugar dejando al desconcertado párroco y a un todavía más desconcertado lector sin saber ni qué decir, ni saber qué ocurrirá a continuación.
Pese a haber ocurrido bastante antes.