Pinocho: la obra que supo dialogar tanto con los pequeños como con sus padres, lo que recalcó que la animación no es un género, es un medio
La pasada noche de los Oscars estaba cantada, pero valió la pena dejar el resultado a la sombra del Destino. Además que Pinocho, de Guillermo del Toro, con su dedicado trabajo en Stop Motion, su música cargada de inocencia y melancolía, y una recontextualización del cuento que solo el Totoro-san podía traer, dejó una vara muy alta como para que pudiesen darle algún rival.
La producción de esta pieza corrió a cargo de Alexander Bulkley, con Patrick McHale en Animación y Alexandre Desplat a cargo de la Música; sumado al elenco de estrellas que no podían faltar bajos las voces, como Tilda Swinton, o Ewan McGregor.
Por supuesto, el mérito principal se lo lleva el arduo ejercicio de foto-montaje, junto a esas marionetas de diseños únicos, rebozantes de personalidad. Asimismo, su retrato a la Italia entre-guerras, más su auge del Fascismo dirigido por Mussolini, no quedó en la indiferencia del público; supo dialogar tanto con los pequeños como con sus padres, lo que recalcó que la animación no es un mero juguete para entretener niños, es un mensaje. Y uno que se hizo entender.
No se podía esperar menos del “Otaku Antifascista”.
Analizando la reinterpretación de Pinocho de Guillermo del Toro, el “Otaku Antifascista”
Quienes vieron El Laberinto del Fauno, Hellboy 2, o Titanes del Pacífico, saben que el Totoro-san manifiesta un claro rechazo al discurso fascista. Es decir, en esta ocasión retrató a Mussolini como un gordo enano al que todos adulan, y encima obvian que no es la ampolla más prendida del cuarto. ¿Sutil? Para nada.
Lo interesante de este cambio va en su juicio a la primicia clave del relato original: la obediencia. Sí, Pinocho, a simple vista, era un muñeco muy desobediente, pero planteaba como punto la forma en que siempre había alguien más influenciándole… para mal, pero influenciándole.
Del mismo modo, la obediencia en esta cinta es llevada a una espectro que pone esta dicotomía bajo un foco más visceral: el autoritarismo. También la dicotomía hegeliana del “Amo y el Esclavo “, pero el punto es cómo esta idea tan simple se volvió la pesadilla que puso en jaque a más de un personaje.
A esto se suma el hincapié que Guillermo realiza en las expectativas que los padres tienen sobre los hijos, las cuales les sofocan, a la vez que causa a los progenitores un estrés innecesario. ¿Cómo se dio esto?
Geppetto, el Podestá y el Conde Volpe
El anciano carpintero se presenta en la historia como un hombre roto que ha perdido lo que más amaba: su hijo Carlo. Aquello lo hunde en una profunda depresión, la cual será el motivo por el que tallará a Pinocho.
Lo curioso de este evento es cómo Guillermo rompe con la idea estilizada de la creación de su protagonista. Mientras que en las versiones de Disney es un proceso fino, artístico y conectado con el calor de la naturaleza, Guillermo vuelve este nacimiento un acto de violencia; áspero, tosco, de golpes mimetizados con los rayos. Es como ver el nacimiento del monstruo de Frankenstein, en vez de la elaboración de un títere infantil.
Evidentemente, el cuadro de Toro no tiene doble lectura. Pinocho es un intento desesperado por recuperar a Carlo, y allí estará el gran pecado de Geppetto como padre: tan aferrado al pasado que no ve a quién tiene en su presente. Esto repercute en el niño de madera, que no concibe cómo su papá no puede apreciarlo por quién es.
Algo similar ocurre con el hijo del Podestá, amigo de Pinocho. Este, al igual que su padre, es preso de una doctrina que lo lleva a morir por un gobernante totalitario, camino que el niño sigue, incluso si no quiere, solo si así recibe el aprecio de su padre. Su arco concluye cuando es capaz de decir “no”, y defender a Pinocho de las agresiones de este padre. Así el esclavo se libera del amo.
Ahora bien, ya que se llegó a esa dicotomía, fue muy ingenioso presentar al Conde Volpe para hablar del devenir hegeliano, más aún con Spazzatura, el mono del cirquero. Es llamativo que un personaje que no habla, pero que sí actúa, pueda comunicar esta problemática sin subestimar a la audiencia: un dominante y un dominado, en que la violencia y la humillación es pan de cada día.
El mono también trae a la mesa el miedo que estos dominados sienten hacia su amo, pero que cuando se trata de proteger a quienes les importan, son capaces de dar ese empujón que inclina la balanza.
Mención especial: esta interpretación aborda de forma directa el peso que implica morir, y la forma en que solo queda aceptarlo; pero no bajo un tinte pesimista, sino como parte natural de la existencia, y que no quita el valor otorgado a un ser amado.Con todo eso, cómo es que está historia no iba a conseguir la estatuilla. Una joya de su terreno artístico, un trabajo detallista y dedicado, más un relato que sabe trascender entre los espectadores. ¿Alguna objeción? Imposible. Más que merecido el triunfo del Otaku Antifascista, quien recordó al público que la animación no es solo un género; es un medio.