Crítica de The Equalizer 3

The Equalizer es una de las sagas más espectaculares de la última década, Antoine Fuqua pone fin a la trilogía del operador de inteligencia y operaciones encubiertas Robert McCall, interpretado por Denzel Washington

The Equalizer (2014) fue un éxito en la gran pantalla, recuperando sobradamente los 55 millones de dólares que costó su producción al recaudar más de 192,3 millones en taquilla. El éxito se mantuvo con su secuela, que recaudó 190,4 millones. Esta tercera parte de la saga, en España, el fin de semana de su estreno consiguió recaudar casi 1,5 millones de euros y cerca de 200.000 espectadores.

Robert McCall, el buen samaritano

En 2014, cuando los espectadores conocieron a Robert McCall, este se presentó como un buen samaritano, papel que interpretaba perfectamente Denzel Washington, quien ya había trabajado a las órdenes del director Antoine Fuqua en Training Day (2001), consiguiendo un gran éxito de público y crítica.

En su introducción, McCall ayudaba a las personas en problemas que se encontraban en su entorno, utilizando la violencia cuando era necesario como otros vigilantes y justicieros del celuloide como son los míticos Clint Eastwood o Charles Bronson; al igual que estos, McCall es expeditivo en sus métodos, tanto como se pudiese alojar en The Continental y los fans verían con buenos ojos un encuentro contra John Wick.

Su laboriosidad en corregir actos de maldad contra las personas, hizo de él una especie de héroe encubierto que no se jactaba de sus acciones, por lo que la gente a la que ayudaba lo veía como acciones milagrosas; pero, en el segundo largometraje (2018), los espectadores pudieron conocer más el porqué de sus acciones, así como el origen del personaje junto con su pasado como militar y miembro de operaciones especiales y encubiertas.

El final del camino, un’estate italiana

The Equalizer 3 es el último largometraje en que Antoine Fuqua y Denzel Washington darán vida a Robert McCall. Si en las anteriores películas la acción transcurría principalmente en los Estados Unidos, en esta ocasión la trama se desarrolla exclusivamente en la Italia meridional, salvo una escena en Roma, con la excusa de que el ex militar busca un lugar para su retiro y jubilación.

La película comienza con una violencia extrema, algo que sucederá a lo largo de toda la trama, con algunos puntos desconcertantes como el comienzo en las cercanías de Sicilia y, sin saber muy bien como logra conducir hasta allí, llega a un pequeño pueblo costero en las cercanías de Nápoles.

Este pueblo costero, donde solamente está la población local, sin atisbo alguno de turistas o foráneos de cualquier otra clase pese a estar en verano -como indica el uniforme de verano de los carabinieri-, parece el escenario ideal para un western crepuscular, donde se cambia el lejano Oeste por un oeste más cercano, bañado por el Mediterráneo de la bahía napolitana.

Si McCall se había enfrentado ya a la criminalidad organizada rusa, contra los vorí v zakone más peligrosos, y a sus antiguos camaradas de inteligencia, en esta ocasión es la criminalidad organizada italiana su enemigo, a los que se enfrentará en un duelo al alba junto con el sheriff del lugar, sus adjuntos y sus conciudadanos.

A lo largo de la película, para crear una atmósfera propicia para el espectáculo, aunque alejada de la realidad, la trama no tiene inconveniente en mezclar diferentes organizaciones criminales italianas como la Mafia, la Camorra o la ‘Ndrangheta, que supongan un rival a batir para el héroe.

Bien es cierto, que mezcla elementos extraídos de la realidad, como las amenazas del terrorismo yihadista contra la estación ferroviaria de Termini en Roma; o los pactos a los que llegó la criminalidad organizada italiana con el Dáesh para importar de contrabando combustible (en la película son drogas), cuyos beneficios servían a la organización terrorista para adquirir divisas y armamento.

La violencia descarnada a lo largo de la película se desarrolla a la perfección bajo la batuta de Antoine Fuqua, por lo que la puesta en marcha del cronómetro de pulsera de McCall desencadena una ‘Ira divina’ contra los malhechores, como si se tratase de un Bud Spencer del siglo XXI encarnado por Denzel Washington y, además, letal.

McCall y su némesis son perfectamente desarrollados en la trama, pero el resto de personajes no son más que meros actores, valga la redundancia, que apenas aportan a la trama salvo para ser víctimas propicias y poder enlazar las escenas de acción, que son el punto álgido del largometraje. McCall no es el capitano Ultimo en la lucha contra la Mafia, ni un juez Falcone o Borsalino, sino un ángel exterminador más allá del bien y del mal.

En definitiva, vale la pena pagar la entrada para ver el apoteósico final de la trilogía de The Equalizer, porque es una película de acción con pequeñas gotas de terror, violenta pero muy entretenida. Además, es una película que no busca una moralina o aleccionar al espectador, simplemente es un espectáculo de entretenimiento, para que el público disfrute casi dos horas en su butaca.