Manuel García Iglesias hace de Eternidad un cómic muy personal, que cuenta una increíble historia dentro de la II Guerra Mundial, que mezcla el horror de la guerra con la armonía de los melómanos
En este cómic, la música clásica se convierte en un elemento evocador y profundamente simbólico que trasciende el tiempo y las circunstancias. A pesar de que la historia se desarrolla en el contexto sombrío de la Segunda Guerra Mundial, donde los jinetes del Eje -un teniente alemán y soldados de la División Azul-, con sus caballos de guerra, llevan la destrucción y el sufrimiento, hay un giro poético y casi místico en la narrativa.
La obra de Manuel García Iglesias, Eternidad, publicada por cARTEm cómics está basada en un relato de Ricardo Menéndez Salmón, publicado en Los caballos azules (2005), que obtuvo el premio de la Crítica de Asturias y el Internacional de Cuentos Juan Rulfo; donde el protagonismo se comparte entre ambas especies, los caballos y los humanos, integradas en el ejército alemán.
La trama
A partir de una entrevista en la plaza de Callao en Madrid, el autor nos presenta una historia narrada por uno de los veteranos de la campaña de la División Azul, campo ya explorado previamente en otros títulos de la editorial, como Infierno Azul; en la antigua Unión Soviética, que estuvo en la compañía hipomóvil bajo el mando del teniente Baumann.
“A su cargo (…) en medio de aquella locura, la compañía hipomóvil de la División Azul” – Manuel-
Cada noche, trece caballos, las monturas de estos jinetes, se alejan de sus crueles tareas para dirigirse a un lugar especial donde la música clásica resuena en el aire. Estos caballos, aparentemente ajenos al conflicto que los rodea, se convierten en oyentes fieles de la música, como si, de alguna manera, la armonía de las composiciones pudiera redimirlos o, al menos, ofrecerles un respiro de la brutalidad de su existencia.
Eternidad una obra muy personal
La música se presenta por Manuel A. García Iglesias como una vía de escape, una forma de belleza que les permite conectar con algo más allá de la guerra y el sufrimiento. A través de esta metáfora poderosa, el cómic invita a reflexionar sobre el contraste entre lo sublime y lo destructivo, mostrando cómo, incluso en los momentos más oscuros, algo de luz y esperanza puede filtrarse, evocando una profunda conexión con la humanidad, aún en aquellos que están marcados por la guerra.
En esta obra, el Manuel García Iglesias demuestra una maestría impresionante al jugar con el contraste visual para intensificar las emociones que transmite cada escena. A lo largo del cómic, emplea diferentes técnicas artísticas que no solo enriquecen la narrativa, sino que también refuerzan los temas de la historia.
En las escenas que representan la maldad, el autor opta por tonos oscuros y sombras intensas, mientras que las facciones de los personajes se desdibujan, creando una atmósfera inquietante y opresiva. La falta de detalles nítidos en estos momentos refleja el caos y la deshumanización que los villanos representan.
En contraste, cuando la historia se enfoca en la bondad, las ilustraciones se llenan de luz, con una paleta de colores claros que generan una sensación de esperanza. Los personajes son delineados con trazos más definidos, dando una sensación de claridad y humanidad que resalta la pureza y la nobleza de sus acciones.
Esta distinción visual no solo hace que la historia sea más rica en matices, sino que también guía al lector a través del viaje emocional de la obra, permitiéndole experimentar de manera más visceral las luchas entre el bien y el mal, en esa lucha que prevalece en el teniente Baumann, como cita el autor en la introducción, entre sus propios Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
La edición
Eternidad mantiene los estándares cualitativos que destacan a la editorial cARTEm cómics en sus publicaciones, en esta ocasión la obra, publicada en la serie Ecos de tinta, está encuadernada en cartoné, con unas medidas de 21×29 centímetros, en color y una longitud de 100 páginas.
En conclusión, estamos ante una verdadera obra de arte, que visualmente hará las delicias de los más exigentes y su narrativa se ve reflejada de forma excelsa con su dibujo. Este es un cómic sorprendente, poco habitual, pero muy atractivo precisamente por su divergencia de la corriente principal del medio.
Eternidad es un cómic basado en el relato homónimo de Ricardo Menéndez Salmón, publicado en el año 2005 en el volumen Los caballos azules, editado por Trea y galardonado con el Premio de la Crítica de Asturias y con el Premio Internacional de Cuentos Juan Rulfo.
La reflexión en torno a la que Eternidad se vertebra constituye un lugar común del imaginario del siglo veinte, una pregunta de raíz paradójica que puede enunciarse así:
¿cómo es posible que Alemania, país que prohijó las más fecundas manifestaciones de la cultura y el espíritu humano —entre ellas, en lugar relevante, la música— inspirara al mismo tiempo las grandes hecatombes de la época y sus más profundas vergüenzas, con el nacionalsocialismo como bandera ideológica?
El intento por satisfacer esta pregunta se organiza a través de una historia donde belleza y horror se tienden la mano en uno de los escenarios por antonomasia de la Segunda Guerra Mundial: la contienda germano-soviética.
Dicha antinomia se articula en torno a una imagen peculiar: la de trece caballos escuchando a Schubert en el invierno ruso, en interpretación de una orquesta de militares nazis abocados a la titanomaquia de Stalingrado.
En efecto, el protagonismo de Eternidad es compartido por hombres y animales, en concreto por una compañía hipomóvil al mando de un oficial melómano y cruel, que integra en su personalidad las dos caras de la condición humana, el eterno conflicto entre Jekyll y Hyde.
El poder simbólico del caballo entronca aquí con resonancias de carácter histórico que se han convertido en símbolos del mal, cifrables en la existencia en la misma sociedad de la llamada alta cultura con los más abyectos rasgos de demencia, en la convivencia del gestor de la muerte y el gestor de la belleza en una simbiosis que alcanza su expresión canónica en los campos de concentración, tal y como Borges reflejó en Deutsches Requiem y en el personaje de Otto Dietrich zur Linde.
Así, del mismo modo que el caballo no soporta en Eternidad la mera etiqueta de la animalidad, su concepción grosera como simple bestia de carga o transporte, el hombre capaz de interpretar un cuarteto de cuerda exquisito en mitad del más cruel de los paisajes está desprovisto (o desproveyéndose) de humanidad.
Eternidad persigue mostrar, mediante la síntesis de texto e imagen, una comunión entre hombres y caballos apremiada por la condición trágica de la existencia. Si los hombres han aprendido a convertir la fatalidad del tiempo en una arquitectura de música y ritmo, los caballos han descubierto que el forraje del tiempo se rumia mejor convertido en belleza.
Claro que esa ósmosis entre humanidad y animalidad a través de la cultura es demasiado densa para durar, está demasiado expuesta a su propia y urgente abolición. El accidente que clausura el cómic, el sepulcro de hielo que se cierra sobre los protagonistas de Eternidad no es otra cosa que el museo vivo de la Historia, el texto blanco, la imagen vacía, que a todos niega y borra por igual”.